5.2.08

Vampiros aterrados (y con cara de zombies)

La leyenda no es como la filman por Sergio Raúl López Los adelantos técnicos en las salas de cine las han convertido en meros carritos de feria en los que el cinturón de seguridad ha sido reemplazado por grandes tambos llenos de palomitas de maíz y refrescos gaseosos que nos impidan, por la simple mecánica de la ley de la gravedad, despegarnos de las mullidas butacas. Excepto, claro, en las cintas de horror. En ellas podemos brincar de vez en cuando del asiento –claro, sin regar el refresco o las palomitas, para eso hay receptáculos en los descansabrazos– y a veces hasta gritar. Claro, serán meras reacciones físicas, igual que en los juegos de feria, pues los pánicos cinematográficos se basan en las ensordecedoras bocinas y las artes de la edición de imágenes, que en un nanosegundo pueden soltarnos chirridos, gritos y trompetazos junto con la aparición repentina de un cadáver en descomposición, de una cara con colmillos y espeso pelamen o de una bestia verde y terriblemente mala venida de otro mundo. O, para el caso, de un vampiro –que en realidad parece un zombi salido de la realidad virtual de un videojuego– acechando en un edificio en completa oscuridad a un musculoso Will Smith al que, con todo y su rifle de alto poder, se le nota sudoroso y con espasmos de verdadero pánico mientras busca a su perro mascota en una guarida infestada de monstruos como ratas. La escena recuerda vívidamente aquella otra clásica proveniente de El silencio de los inocentes (1991), cuando la agente primeriza Clarice Starling, a oscuras y con pistola en mano, es cazada en la oscuridad por otro ser despiadado: el asesino múltiple James Buffalo Bill Gumb. Cuando la debutante en el FBI está a punto de perecer, reacciona y dispara en un nanosegundo acabando con la amenaza. Lo mismo, prácticamente, hace el musculoso y atlético ex hombre de negro con una pequeña pero notable diferencia: él no debe acabar con la amenaza de un solo monstruo sino que está en guerra con una multitud de ellos. Y, aparentemente, es el único sobreviviente de la especie humana tal y como la conocemos. Los otros millones de seres son estos irracionales vampiros-zombis que han olvidado hasta el lenguaje y sólo desean beber su sangre fresca. A cambio, se encuentran frente a un héroe imbatible que aún recuerda en ciertos guiños su anterior carrera de comediante en la que debió dejar de ser el príncipe del rap para transformarse en el rudo a la vez que tierno salvador del mundo contra invasiones extraterrestres, robots enloquecidos o ejércitos de narcotraficantes en Miami de sus cintas anteriores. Ahora, transformado en un científico que es además teniente coronel del ejército estadounidense, de nombre Robert Neville, recorre en solitario las calles abandonadas de civilización en Nueva York, durante el reinado de la luz diurna, intentando acabar con la plaga de lo que solía ser la masa urbana de la urbe. De noche, a cambio, debe ocultarse de la furia y del hambre de los noctívagos en su casa, convertida en un búnker a prueba de colmillos. Y es en ese refugio donde prosigue sus experimentos fallidos en busca de una cura ante la terrible epidemia que acabó con la humanidad por todo el globo terráqueo, experimentando con ratas y con los propios infectados. Todo por la terrible soledad que le azota y por la tenue esperanza de volver a tener vecinos, esposa, hija y ejército, es decir, de volver a civilizar a la Gran Manzana –sí, la misma ciudad en que los ataques terroristas fueron descritos mundialmente como un ataque a la civilización. Así transcurre Soy leyenda (I am Legend, 2007) tal y como la ofrece el director Francis Lawrence, quien pasó de hacer videos de Britney Spears, Janet Jackson y Jennifer Lopez a los largometrajes de aventuras. Un par de años atrás con el detective John Constantine (Keanu Reeves), especializado en combatir a las criaturas del infierno, y ahora con el sobreviviente de la plaga mundial de vampirismo sin capas negras ni murciélagos volando por doquier, pero con múltiples referencias a otras cintas exitosas de acción. Lo que no se va a extrañar es la musculatura del popular actor, pues veremos largas tomas a su estómago marcado y a sus hombros redondos y endurecidos por el ejercicio. También lo veremos, obviamente, en peligro de muerte y salvando el pellejo en el último nanosegundo. No interroguemos al director cómo es que la película favorita de un científico es Shrek ni por qué su única diversión es acudir al cineclub a tomar todas las películas por orden alfabético, o la causa de que la única música que escucha es la del jamaiquino Bob Marley –y sus frases la única filosofía que dicho hombre de ciencia conoce–, ni la razón por la que este sobreviviente se viste en un estilo informal muy cercano a los comerciales y pasarelas de marcas como GAP y semejantes. La respuesta sería una sola: una película como esta busca solamente entretenernos. Claro que para entretenernos era necesario alejarnos de la inteligente novela en la que supuestamente se basó la historia. Porque la obra del escritor neoyorquino Richard Matheson –guionista destacado de la Dimensión desconocida– simplemente trata otro tema y otra ciudad: la intolerancia humana y Los Ángeles. El protagonista del texto de 1954 es un hombre acosado por el dolor de perder, en los años setenta, el mundo conocido y a su familia, quemado por la soledad y azotado por la idea de unirse a los monstruos que ahora conforman la mayoría de la sociedad. De aparearse con sus mujeres y dejarse tomar toda su sangre para alcanzar la paz. Pero sobre todo porque contrario al predecible y esperanzador final de la cinta, la novela plantea una escalofriante conclusión: cuando todos los humanos han desaparecido, el último sobreviviente deja de ser una persona normal. Ahora los vampiros lo temen, le tienen repulsión, lo miran como una auténtica amenaza. El monstruo, al final de la historia, es él, justo quien se consideraba normal. Ahora ya no es el conde Drácula, él es la leyenda. Es decir, el monstruo es el otro, aquel que nos resulta lejano. En México, los cuerpos policiacos solían ser más temidos que los propios criminales. Pero ahora que se multiplican con el ejército y otros cuerpos de élite en la llamada guerra contra el narco van consolidándose como la mayoría favorita del régimen. ¿Acabaremos nosotros, los menos, los desprotegidos, por ser los monstruos, la leyenda? Soy Leyenda (I am Legend, Estados Unidos, 2007) de Francis Lawrence con Will Smith, Kona, Alice Braga y Charlie Tahan. 101 minutos.

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