3.11.10

Doloroso, el primer grito bicentenario

La voz aparece por sorpresa. Nadie la esperaría entre los calurosos claxonazos y los pegajosos ronroneos del tráfico que plagan la avenida Insurgentes sur. Es un día cualquiera, en el año del Bicentenario. Afuera del rascacielos de espejos que aloja a la Secretaría de la Función Pública, se cuela una voz terca, repetitiva, ronca y con innegable acento sinaloense.

–¡Viva la inseguridad, porque gracias a ella llegamos temprano a casa!

Difícil es ignorar tal ruptura de la cotidianidad. Un hombre con huaraches de hule y piel requemada por el duro sol, destaca entre los presurosos burócratas que caminan por la colonia San José Insurgentes. La mayoría mira de reojo al hombre, descubre la cobija que instaló a manera de cama en el pulimentado piso, luego pasa por la vieja maleta llena que significan todas sus pertenencias, luego descubre los cientos de copias fotostáticas con toda clase de oficios, cartas y planos pegados a la pared, y acaba por mirar a otro lado, apretando el paso.

–¡Viva la falta de oportunidades porque tenemos a nuestros hijos manteniéndolos en la casa!

Es el miércoles ocho de septiembre de 2010 y Javier Escamilla Cuén realiza una protesta pública para exigir a Salvador Vega Casillas, secretario de la Función Pública, que consigne a los funcionarios de Culiacán que, dice, le robaron una cuenta pública etiquetada para construir una casa prototipo de estilo maya, en el lejano 1998. Su protesta ha transitado del ayuntamiento local al gobierno de Sinaloa, y de ahí al Senado, a la PGR y muchas otras instancias, siempre infructuosamente. Ahora decidió, desde marzo pasado, que esta vez no sería una huelga de hambre ni un plantón, sino que daría el Grito del Bicentenario.

–Los ciudadanos estamos desamparados. Yo grito porque tengo la esperanza de que los ciudadanos, en lugar de hacer una Revolución, sigamos el artículo 39 de la Constitución, que da la facultad al pueblo de cambiar su forma de gobierno.

Este inventor de una construcción económica, antisísmica y antitérmica, para la zona de Sinaloa, se convirtió, de súbito, en el primer mexicano en dar el Grito del Bicentenario, una semana antes que se haga en el búnker en que han convertido la Plaza de la Constitución y el Paseo de la Reforma; en los gobiernos estatales, en los municipios, en la televisión y hasta en los domicilios particulares. Enfundado en la parodia, pero cargado con innegables realidades de la paradójica realidad nacional, lejos de los fuegos de artificio y de las cámaras de televisión, suelta el discurso que jamás escucharemos en balcón presidencial alguno, uno dolorosamente real.

–¡Viva la impunidad! ¡Viva la corrupción!

publicado en El Financiero cultural, 15 de septiembre de 2010, p. 42.