15.9.16
22.12.15
La cultura, las artes y el cuarto de siglo de la invención del Conaculta
De los creadores subvencionados a la burocracia de elite
Por Sergio Raúl López
Aún tengo presente aquel anuncio grandilocuente, realizado en
alguna edición inicial del Festival Internacional de Música de Morelia. El
presidente del patronato y su director artístico declaraban, gozosos, que el
programa general de la edición siguiente rendiría homenaje al genial –y geniudo– sordo de Bonn, Ludwig van Beethoven.
Ante la emoción generalizada de los numerosos diletantes michoacanos ahí
reunidos, una jovencita pudiente, que colaboraba como voluntaria, preguntó
excitada, con la franqueza y la candidez propios de su inexperta edad:
–¿Y va a venir?
La anécdota no pasaría de ser un divertido yerro de no ser
por la exultante manera como en aquella ciudad, un grupo de notables
consideraba a la música de concierto. La tenían en tan alta fascinación y
estima que solían referirse a la ciudad como “la Salzburgo de América”. Como si
allí hubiera un festival tan importante como el que se organiza en la localidad
natal de Wolfgang Amadeus Mozart o hubiese centenares de compositores e
intérpretes como los que solían rondar las cortes de la Europa dieciochesca, y
no una provincia con orquestas medianas que vivía del melancólico recuerdo de
cuando, al término de la Segunda Guerra Mundial, el gran Miguel Bernal Jiménez
promovía una gran actividad musical, al grado de convencer a Romano Picutti, el
director de los Niños Cantores de Viena, para trabajar con los infantes
morelianos en el Conservatorio local.
El caso, aunque peculiar, no es único en un país como
México. A Xalapa, por ejemplo, se le bautizó en el espíritu romántico del siglo
xix, se le colgó el epíteto de la
“Atenas veracruzana”, cual si ahí brotaran las escuelas filosóficas y los
intelectuales intervinieran en la vida política y social, y no solamente por
ser la sede de la Universidad Veracruzana que agrupo a una cauda de escritores
como Sergio Pitol, Sergio Galindo, Luis Arturo Ramos o Juan Vicente Melo.
Recuerdo el caso de aquel otro comentarista musical, que al ocupar el
escritorio del director del Festival del Centro Histórico de la Ciudad de
México, además de modificarle el nombre, solía advertir que su propósito era
que su programación debía competir con la del Festival Internacional de
Edimburgo –uno de los más relevantes de toda Europa desde su fundación, en 1947.
Tal fijación por imitar la cultura de las grandes capitales
centroeuropeas –que no alcanzar sus estándares estéticos, ojalá así fuera–,
remite, sin duda, a las concepciones decimonónicas que caracterizaban como
culta o inculta a las personas de acuerdo a su acceso a su formación académica
y a los libros, misma ya era puesta en duda desde 1871 cuando el antropólogo
británico Edward Burnett Taylor abrió el concepto al conjunto de
“conocimientos, creencias, arte, leyes, moral, costumbres… adquiridos por el
hombre como miembro de una sociedad”, como cita el antropólogo Bolfy Cottom en
el ensayo Patrimonio cultural nacional:
El marco jurídico y conceptual en el número 4 de la revista Derecho y Cultura (Academia Mexicana
para el Derecho, la Educación y la Cultura A.C., Otoño, 2001, p. 81).
A tal punto permanece esta caduca idea clasista que divide a
cultos e incultos –no exenta de criterios colonialistas–, que dejó entreverse
durante los festejos por los 25 años del Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes –que suele abreviarse con el acrónimo Conaculta, si bien algunas
administraciones previas han decidido utilizar únicamente las siglas cnca–, primero en la reunión de fin de
año 2013, el 16 de diciembre en el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo –en la
que se destacaron las 540 actividades internacionales realizadas–, pero sobre
todo, en la gran ceremonia protocolaria encabezada por el presidente mexiquense
Enrique Peña Nieto, en el patio del Museo Nacional de Antropología, el viernes
17 de enero, entre danzones de concierto del compositor Arturo Márquez, con una
irregular interpretación de la Orquesta y Coro Movimiento Nacional de
Agrupaciones Musicales Comunitarias –ataviados, cada uno, con distintas
vestimentas vernáculas–, un audiovisual conmemorativo y varios.
No hay mejor resumen de lo ocurrido que la frase que el
reportero de Canal Once, Miguel de la Cruz, escribió en su cuenta de Facebook:
“Toda persona vigente
en el ámbito artístico y cultural de México, hoy está en el patio central del
Museo Nacional de Antropología”. Una larga cadena de críticas siguieron
al infortunado comentario, hasta que el crítico musical Lázaro Azar puso fin a
los dimes y diretes: “Pues los que no fueron invitados... ¡por liosos habrá
sido!”.
¿Hemos llegado a un grado tal en el que resultar visible
para los administradores de los recursos públicos ejercidos por el Estado
mexicano para la cultura es un requisito para ser artista, intelectual o
miembro de la comunidad cultural? ¿Es la entidad rectora desde el gobierno el
nuevo patrono de las artes? ¿Ser favorecido por la burocracia cultural es la
nueva forma de visibilizarse como creador en México? ¿De qué se habla cuando se
habla de cultura? ¿Cómo evitar el elitismo cuando se habla de alta y baja
cultura, de cultos e incultos?
El arte según los
artistas
“Depende del hablante, claro está. Antropólogos y sociólogos
usan la palabra para referirse al conjunto total de las particulares costumbres
sociales de un núcleo humano, algunas de las cuales se reflejan en sus diversas
artes. El ciudadano lego confunde las palabras cultura y arte. Lo que no
se puede soslayar es que, en la medida en que las diferentes sociedades van
transformando sus hábitos culturales, transforman su artes”, explica, desde Sao
Paulo, Brasil, el artista multidisciplinario Felipe Ehrenberg.
Sobre este mismo respecto, es que el poeta, ensayista y
editor José María Espinasa ofrece su perspectiva: “En la situación de un país
como México, en donde el valor que se da a la cultura es fundamentalmente
retórico, que el Estado invierta dinero en ella es natural, dado que a la
iniciativa privada o bien se desentiende de promoverla o bien la utiliza para
pagar menos impuestos y emplear en su fundaciones a quienes no encuentran lugar
en sus empresas. Y esa inversión del Estado es necesaria y obligatoria, pues a
pesar de las frases vacías la cultura sí sigue siendo un factor de salud
social.
“Los distintos niveles en que se manifiesta la cultura
–concepto vago pero que, sin embargo, designa algo que todos entendemos– suelen
carecer de un mercado, de un público, de una economía, de un consumo, palabras
que designan problemas similares pero equivalentes no idénticos. Por ejemplo:
México es un país en donde no se lee, por lo que las editoriales están en
perpetua crisis financiera, y el Estado las ayuda, a veces con mucho dinero,
pero no siempre bien empleado, entre otras cosas porque no se apuesta por crear
lectores. Este ejemplo se replica con sus diferencias en el cine –producimos
películas que nadie ve–, teatro, música, etcétera”, añade el fundador y
director de Ediciones Sin Nombre.
Al respecto, el director y
guionista Víctor Ugalde opina que “se habla de la transformación de la
naturaleza a través del paso de la inteligencia humana. Generalmente, se le
confunde con la belleza de las artes. En realidad cultura es todo producto
humano”.
Claro, que cuando se discute lo
cultural y lo artístico, la cultura alta y la popular, al menos en materia de
cinematografía, en la última década los apoyos se han democratizado los apoyos,
con el consiguiente resultado de una expresión plural, prosigue Ugalde. Pero
también advierte que, sin embargo, que se están produciendo dos expresiones
casi siempre excluyentes entre sí: “La expresión de filmes para festivales,
para las academias, para públicos educados y con gustos de expresión más
exigentes y rebuscados, que en realidad son minorías en el consumo masivo, ya
que son reflejo de la educación nacional de elite. En el contra campo está el
gran público, el que asiste a las salas de cine a suplir sus carencias emotivas
de la vida real buscando la catarsis a través del consumo. Reflejo fiel del
sistema educativo popular fallido, son los grandes consumidores, es el público
sencillo que sólo desea que se le cuenten otras historias que le permitan
sentir adrenalina y que, al tiempo que se enteran de otras vidas y búsquedas,
eluden sus vidas vacías y sin sentido”.
Y concluye: “Ni todos los filmes
para la alta cultura de lenguaje rebuscado son arte, ni todos los productos de
consumo masivo son malos o inocuos. En realidad, el público y el tiempo coloca
en su lugar a cada uno”.
Cuando se habla de cultura sí hay elitismo y, de alguna
manera, resulta necesario, advierte, de entrada, el poeta y periodista Roberto
López Moreno. Claro que no se refiere a un elitismo “por cuanto a lo que accede
a los medios, sino en relación al trabajo con los altos valores del espíritu se
hace”.
“Si nos quedamos con la definición
del diccionario de que la cultura es la resultante de la acción de cultivar,
resultará que toda respuesta que demos al medio ambiente o a los estadios
sociales es cultura, definiciones de los modos y formas de lo masivo. Pero
cuando esa acumulación de experiencias humanas se resuelven en las
puntualizaciones de las ciencias y las artes y su consecuente desarrollo,
entonces, el físico, el matemático, el poeta, necesariamente se desprenden de
lo masivo y agudizan una cualidad. Las especializaciones son elitistas. El
asunto es en qué sentido, a favor de qué necesidades sociales vamos a poner a
funcionar tal elitismo.
“Lo cultural y lo artístico –desde
mi punto de vista, dice López Moreno– son o deben ser especializaciones en el
conocimiento o la belleza que promuevan la sensibilidad y la evolución del ser
social. En el caso particular del arte, no es éste una enseñanza, sino una suma
de los tiempos del hombre que impulsa e inspira por medio de la emoción. El
artista es el elitista de facto, su
público es el elitista deseable. En las sociedades no desarrolladas, el artista
también es el elitista de ese episodio; es cuando su poesía, sus imágenes, su
música curan y no sólo las almas, también los cuerpos y las partes dañadas de
la naturaleza, es el hacer llover dirigiendo la danza, el que hace que florezca
la cosecha.
“Si seguimos a Eduard B. Taylor,
todas las formaciones humanas han pasado por esos procesos”, remata el chiapaneco,
autor de Yo se lo dije al presidente y
de Décimas lezámicas.
Ninguna creación artística tiene, de origen, propósito
alguno elitista, afirma enfático, por su parte, el director orquestal y
compositor Sergio Cárdenas. Y explica: “Si bien es cierto que en no pocas
ocasiones se ha abusado del poder seductor y comunicativo del arte, no es el
elitismo lo que constituye una de sus características sociales. En los albores
del siglo xx, Rilke planteó en su
soneto Torso Arcaico de Apolo, la
esencia de la manifestación artística: no es tanto el que uno como espectador o
receptor del arte asuma una pasividad total ante su encuentro, sino que en el
proceso mismo de contemplarlo (visual, sensual o auditivamente), es el arte el
que nos observa, el que nos mira y nos arenga: ‘Debes cambiar tu vida’.
“Apunta Rilke a una de las cualidades esenciales de lo
artístico: su transformante poder comunicativo, que impacta por fuerza de su
belleza, de su congruencia interna, de la economía de sus medios expresivos, de
la intensidad con la que enuncia su contenido.
“Nada de esto puede ser, en sí mismo, elitista. Cierto es
que con no poca frecuencia la desinformación, el desconocimiento, la indolencia
e incluso la manipulación educativa, abonan a la dificultad de apreciar lo
artístico y de hacerlo de manera gozosa, desprejuiciada, abierta. Se agrega a
ello la imposición que llevan a cabo supuestas autoridades culturales que ni siquiera han entendido la encomienda
que tienen en tanto que responsables del quehacer artístico y cultural, pues se
escudan en el rating barato e
irresponsable que abona a la distracción y el entretenimiento ante el pavor de
que el individuo pueda salirse de su
control al crecer interiormente y, por ende, cambiar su vida tras la
vivencia artística. Con demasiada frecuencia he escuchado peticiones de
alcaldes, directivos de festivales y similares, insistiendo en que los
conciertos que les ofrezca incluyan sólo ‘obras facilitas’, de esas que ‘la
gente puede comprender’: con peticiones de este talante, esos idiotas no sólo
proyectan su mediocridad sino que intentan a la vez imponerla a sus
comunidades. Mozart seduce en cualquier parte del mundo no porque sea parte de
un arma del imperialismo cultural
centroeuropeo, sino por la tremenda honestidad humanista con la que su música
hermosa y cautivadora nos escudriña, con la que hurga en nuestras entrañas
emocionales, con la que nos brinda un atisbo de paradisíaca eternidad.
“Las artes, que son la sustancia misma de lo cultural, son
verdaderas armas para la vida. No es fortuito el hecho de que la raíz
etimológica de arte sea la misma que
de arma: ya los antiguos romanos
introdujeron ese concepto en el que el arte, por lo ya mencionado, se yergue
como arma interior, emocional, creativa, energética para continuar avanzando en
el devenir cotidiano hasta que uno se confirme como ser humano pleno, sensible,
responsable, generoso y solidario”, concluye el ex director de las orquestas
Sinfónica Nacional y Filarmónica de Querétaro.
El Consejo, la
Cultura y las Artes
Recién iniciado su controversial sexenio, el presidente
Carlos Salinas de Gortari firmó un decreto, el siete de diciembre de 1988,
mediante el cual creaba el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes como un
órgano administrativo desconcentrado de la Secretaría de Educación Pública (sep), que ejercería las atribuciones de
promoción y difusión de la cultura y las artes, además que concentraría y
coordinaría las entidades, dependencias y recursos que solían estar asignados a
la Subsecretaría de Cultura.
Aparejado a su creación, se fundaron diversos “instrumentos
y mecanismos” como los aparatos para otorgar subvenciones y becas artísticas:
el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) y el Sistema Nacional de
Creadores de Arte (snca), así como
el complejo de edificios para la educación y el desarrollo artístico nacional
bautizados como Centro Nacional de las Artes (Cenart o cna); la emisora especializada en la comunicación y la
difusión cultural, Canal 22; así como el Fondo Nacional Arqueológico, para el
impulso de proyectos de gran magnitud en el patrimonio cultural.
Aunque el Conaculta carecía de personalidad jurídica
apropiada, absorbió a diez entidades públicas que formaban –y forman– parte de
la estructura básica de la administración cultural del país. Entre ellas, dos
instituciones claves para entender el desarrollo cultural del Estado mexicano
posrevolucionario: el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), creado el 3 de febrero de 1939
cuando se expidió su Ley Orgánica mediante decreto constitucional y el
Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (inbal), creado el 30 de diciembre de 1946, también al
emitirse su respectiva Ley Orgánica –a las que se añaden el Instituto Mexicano
de Cinematografía, Canal 22, Estudios Churubusco, la Cineteca Nacional, el
Centro de Capacitación Cinematográfica, el Centro Cultural Tijuana, Radio
Educación y la distribuidora editorial Educal.
La medida ha ocasionado no pocas controversias. Un punto en
discusión en torno a esta relación, es que: “…se plantea el problema de una
incertidumbre jurídica o, peor
aún, como una aberración jurídica en el sentido de que el Conaculta no es un
consejo y como órgano desconcentrado de la sep,
está jurídicamente por encima de estos dos institutos que son órganos
descentralizados; pienso que lo que se da son acciones de ilegalidad, pues
jurídicamente… no puede estar
jerárquicamente por encima de un órgano descentralizado”, indica Bolfy Cottom
en el citado ensayo Patrimonio cultural
nacional: El marco jurídico y conceptual (p.104).
El fundador del Conaculta, el abogado, fotógrafo y
politólogo Víctor Flores Olea, fue el primer Presidente de la institución pero
no resistió el sexenio pues fue destituido en marzo de 1992, luego que el poeta
Octavio Paz se indignara por no ser invitado al Coloquio de Invierno,
organizado por el grupo rival de la revista Nexos.
En su reemplazo fue nombrado el Coordinador de Asuntos Jurídicos de la
institución, Rafael Tovar y de Teresa –marido de Carmen Beatriz, la hija del ex
presidente José López Portillo–, no sólo se mantendría como presidente del Consejo
el resto del sexenio salinista, sino que sería ratificado en la encomienda por
el último presidente prisita –una cadena que abarcó la friolera de siete
décadas–, Ernesto Zedillo Ponce de León.
Durante la primera década de su gestión, según las propias
palabras de Tovar y de Teresa, el Conaculta primero se “consagró a establecer
los principios y las bases de esa amplia etapa de renovación de los conceptos,
formas y medios de impulsar el desarrollo cultural en nuestro país. A partir de
1995, iniciaría la consolidación y profundización de estos cambios y
propuestas”, como lo escribe en el Tomo I de la Memoria 1995-2000. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta,
2000).
En lo que se pretendió llamar transición democrática, pero que en realidad sólo significó la
llegada al poder de un mandatario emanado de las filas del Partido Acción
Nacional (pan) y la primera
derrota en las elecciones federales presidenciales del pri –sin cambios de fondo en el viciado aparato del poder–,
trajo como presidente al empresario Vicente Fox y como titular del organismo a
una amiga de su esposa, Marta Sahagún, la conductora televisiva Sara “Sari”
Bermúdez, cuyo programa de trabajo utilizaba conceptos como el de “la
ciudadanización de las políticas culturales”, que implicaba que la sociedad
civil y los tres niveles de gobierno, compartieran la responsabilidad de la
gestión cultural, así como la descentralización administrativa –que implicó
réplicas estatales del modelo del Centro Nacional de las Artes–, tal y como lo presentó
en su Programa Nacional de Cultura
2001-2006 (Conaculta, 2006), parte del Programa Nacional de Desarrollo
2001-2006.
Y para el segundo sexenio panista, militarizado y
ensangrentado por la administración de Felipe Calderón, el sector de la cultura
fue encargado a un cuadro de la administración de Tovar y de Teresa, el crítico
musical Sergio Vela –que coincidió con Calderón durante sus estudios en la
Escuela Libre de Derecho, donde trabaron amistad–, quien hubo también de
renunciar en marzo de 2009, pues se develaron algunos escándalos –principalmente
sus costosos viajes aéreos en primera clase– y las constantes renuncias de sus
funcionarios. Fue sustituido por Consuelo Sáizar, que había sido gerente de Editorial
Jus y fundadora de Hoja Casa Editorial y que, a la sazón, era la directora
transexenal del Fondo de Cultura Económica –llegó en el 2000, pero un decreto
de Fox le daba cuatro años más de vida en la encomienda, hasta el 2010. La realidad es que en el par de
sexenios panistas, se mantuvieron mano de muchos de los funcionarios que provenían
de las etapas priistas del Conaculta, por lo que era de esperarse que muchas de
las renovaciones y limpias prometidas jamás llegaran a ocurrir.
Las elecciones de 2012 significaron no sólo la vuelta del
Partido Revolucionario Institucional (pri),
gracias al impulso que el mexiquense Enrique Peña Nieto recibió de los medios
masivos –entre una ingente cantidad de otras triquiñuelas–, sino del propio
Rafael Tovar y de Teresa como presidente del Conaculta lo que significa no sólo
un retorno al pasado –un respetado crítico cinematográfico lo titula Volver al futuro, tal como la cinta de
1985, de Robert Zemeckis–, sino la simple permanencia de buena parte de la
burocracia cultural estatal de las décadas recientes.
Baste decir que Rafael Tovar ha ocupado la presidencia del
Conaculta 10 de los 25 años de la institución –40% de su existencia–, sino que de
concluir su periodo sexenal, como cabe esperar, habrá permanecido 15 años de
los 30 que cumplirá para entonces el organismo descentralizado –¡50% como
máxima autoridad cultural del país!–, es decir, que será la figura que
mayoritariamente habrá administrado los presupuestos y influenciado las
políticas generales mexicanas en materia cultural de las últimas tres décadas.
Nadie como él para conocer los vericuetos del ejercicio del
poder cultural en México. Menos aún, para delinear al Conaculta durante los
festejos por sus 25 años de existencia. Justo en la citada ceremonia en el Museo
Nacional de Antropología, Tovar y de Teresa manifestaba que el nacimiento del
organismo “expresa la nueva conciencia que después de la noción de cultura
nacional que partió en el siglo xx de
la diversidad en busca de la unidad, nos proponía, ya cerca del xxi, entender a México como unidad en la
diversidad.
“Fue la respuesta a una pregunta capital: Cómo asumir
nuestra diversidad. Trajo consigo una redefinición profunda del papel del
Estado en la vida cultural del país, reflejada en una nueva relación entre el
Estado y los intelectuales y artistas”.
Pero la definición de la política cultural federal en
términos de cultura para este sexenio, correspondería a únicamente Peña Nieto,
quien reveló, en su discurso, las cinco metas nacionales que serán los ejes del
Programa Especial de Cultura y Arte:
1) Hacer de la cultura un medio para la cohesión, la
inclusión y la prevención social de la violencia (Programa Cultura para la
Armonía con un plan piloto en 25 entidades, comenzando por Michoacán);
2) La vinculación de los trabajos que lleva a cabo
Conaculta, de proteger el patrimonio cultural del país, con una infraestructura
digna y accesible a todos, para promover así un México incluyente;
3) Propiciar el acceso universal a la cultura, sus bienes y
servicios para contribuir a la educación y la formación integral de las
personas hacia un México, con educación de calidad.
4) Movilizar los recursos culturales y estimular la
capacidad creativa para incrementar el potencial económico de la cultura, y de
las industrias creativas en la consolidación del México próspero.
5) Aumentar el turismo cultural y proyectar a México en el
mundo.
Pocas novedades pero, sobre todo, muchas reiteraciones,
buenos deseos y esperanzas en que la política cultural, ejercida desde su parte
burocrática y presupuestal, basta para mejorar el bienestar de la sociedad
mexicana. Casi por acto de magia. Y para ejemplificarlo, bastan dos ejemplos.
La semana siguiente, el martes 21 de enero, el Conaculta
habría de presentar la Cuenta Satélite de Cultura 2008-2011, desarrollada junto
con en Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi), de la que se desprenden que la participación
económica del sector de la cultura en el Producto Interno Bruto nacional
promedió 2.7% en dicho cuatrienio –excepto 2009, cuando subió a 2.8%–, si bien
con montos en aumento constante que van de los 320 mil 478 millones de pesos
registrados en el 2008, a los 379 mil 907 millones del 2011.
Para estas mediciones el sector económico de la cultura fue
definido como el conjunto de productos y actividades sociales basadas en
aspectos creativos y de carácter simbólico para transformarse en bienes y
servicios. En este tenor, los puestos de trabajo ocupados remunerados en el
sector cultural en el 2011, fue de 778 mil 958, el 1.9% del total nacional, que
fue de 41 millones 83 mil 618.
Curiosamente, la unesco,
en el estudio El impacto de las
industrias creativas de las Américas, patrocinado por el Banco
Interamericano de Desarrollo, asegura que la aportación al pib en México resulta aún mayor, pues
alcanza el 4.77% y el porcentaje de empleos llega al 11.01%.
Otra noticia triunfal reciente, dada a conocer el 10 de
febrero, fue que el inah registró,
en el 2013, la cifra más alta de visitantes en sus 75 años de historia, con 21 millones 67 mil 704 personas –9 millones 186 mil
988 a museos y 11 millones 880 mil 716 a zonas arqueológicas.
¿Cómo hemos de concebir estas
cifras y resultados? ¿Ha sido, en verdad, la política cultural instaurada por
una cuasi secretaría de Estado hace un cuarto de siglo, la panacea para un país
con tan grandes problemas educativos y hasta cívicos? ¿Habrá opciones que no se
han explorado? ¿Basta con que las instituciones muestren números grandes en
torno a la población beneficiada como
suelen hacer?
El Estado según los
artistas
El Estado tiene como
encomiendas principales la tarea de velar por el desarrollo integral de
la sociedad en un contexto de seguridad y paz, recuerda el director de origen
tamaulipeco Sergio Cárdenas. Pero también asegura que la sociedad es corresponsable
de este quehacer. Así lo define: “En este contexto, el Estado debe incidir ahí
donde se han generado desbalances que atenten contra el desarrollo integral de
la sociedad. Por razones de irresponsabilidad, ignorancia, insensibilidad, y
otras linduras, algunos
seudoeconomistas apoyan propuestas para que los gobiernos se desentiendan cada
vez más de sus responsabilidades para con lo artístico y lo cultural, más con
lo primero que con lo segundo. Argumentan: ‘quien quiera arte, que lo pague de
su bolsa’. Es, desde luego, un seudoargumento, pues todos pagamos impuestos, de
manera directa o indirecta, de donde incluso salen los emolumentos para esos
mismo funcionarios. Nada hay de error
en el cumplimiento de las encomiendas del Estado cuando se aboca a apoyar la
creatividad artística. Sí la hay cuando ese apoyo es sólo una máscara y un
chantaje –que compra las conciencias de los artistas– que se agota en la
creación que no cierra el círculo de la comunicación. De similar manera
considero una aplicación equivocada de la encomienda del Estado cuando exige al
artista que su creación se ajuste
a tal o cual criterio dizque estético o incluso político, por fuerza del
populismo político. El Papa Julio ii
establece el concepto del artista-autor cuando obliga a Michelangelo a pintar
las paredes de la Capilla Sixtina; lo eligió porque quería al mejor artista de
su época para llevar a cabo tan monumental tarea. Pero en ningún momento le
impuso criterio estético o teológico alguno: respetó la entereza y autonomía
artística de ese gigante cuya aportación en la Capilla Sixtina continúa vigente
con fuerza y arrobamiento”.
Existe, ciertamente, un elitismo
burocrático que impone un arte feo,
“corriente a más no poder, desenraizador porque ese es su negocio, y contrario
absoluto a la sensibilidad popular”, explica, por su parte, el chiapaneco López
Moreno, quien suele ser conocido con el sobrenombre de “El rayo del sureste”. Y
prosigue: “El
artista es libertad y nadie puede atentar contra ella. El que se deja comprar
simplemente no es artista, es un comerciante cualquiera. De ahí las diferencias
entre los actos estéticos y humanistas de los Revueltas, por ejemplo, y muchos
otros de su tiempo, con cultura y habilidades pero desconectados de la
historia, es decir, con ligas con el poder pero con total desapego de las
realidades de las que surgió, carne y pensamiento. Ahí es donde caben los
subvencionados.
En el sexenio de Carlos Salinas de
Gortari, prosigue el impulsor del poemuralismo: “presenciamos la escandalosa
compra-venta de los artistas e intelectuales que en ese momento dejaron de
serlo –he de confesar que no me han conmovido ni en el mayor mínimo las muertes
de Monsiváis, Fuentes, Pacheco; la de Octavio Paz sí me conmueve porque no es
lo mismo ser el gran capitán de las derechas que el deshonrante servicio de los
ujieres. Vivimos una situación difícil en extremo, el planeta cayéndose a
pedazos y la economía enloquecida
rebotando por todo el orbe, convirtiendo a los pobres en más pobres si más se
puede o, de plano, diluyéndolos en la nada. El capitalismo es una bestia voraz
que destruye todo lo que encuentra a su paso, y así seguirá hasta terminar
devorándose a sí misma. Lástima que para ese entonces no habrá ya planeta para
que dé testimonio de ello.
Se abre, entonces, una reflexión en
la que es necesario detenerse, insiste el autor de Verbario de varia hoguera y de Sinfonía
de los salmos: “Vivimos dentro de un sistema capitalista, aunque el
mexicano sea un capitalismo chatarra.
El artista y todo lo que aquí se mueva tendrá una relación necesaria con el
sistema cavernario y como en la conocida sentencia bíblica no habrá hoja que se
mueva sin la orden de su índice avasallador. Pero sí la habrá. Pero sí la hay.
“En la pregunta se habla de un cuarto de
siglo de “artistas” subvencionados y se ennumeran como factores a su favor
becas, coinversiones y aunque no se mencionan habrá que considerar múltiples
dádivas más, como reconocimientos nacionales e internacionales, ser inquilinos
permanentes en los grandes medios de difusión y aparecer como personajes
necesarios en antologías fraudulentas, además de ser ganadores de concursos
arreglados, como muchos sospechan desde hace mucho tiempo.
“El Estado tiene la obligación de
promover el desarrollo de las ciencias y las artes. No cumple con ello. Quizá
lo que aquí suceda es que el verdadero artista, por inútiles pudores, no ha
obligado a ese Estado a que cumpla con su obligación y le ha permitido que siga
protegiendo a su cohorte de mimados mediocres. El artista debe ocupar –pienso-
los espacios que han venido usurpando los incondicionales. Hace poco se suicidó
el poeta Marco Fonz, un crítico permanente de los favoritismos y las
desvergüenzas que aquí se señalan. Le cerraron todos los caminos, le aplicaron
una de sus armas favoritas, el ninguneo, lo dejaron sin oxígeno, le cercaron
los espacios hasta que finalmente llegó la muerte. Me pregunto, ¿a eso no se le
podría llamar asesinato?
“Retomo, el Estado debe aportar,
sin privilegios, lo necesario para que el artista mexicano realice sus obras.
Una película, sólo se puede hacer con las aportaciones del Estado de la
Iniciativa Privada, que por lo regular detesta el arte. Una obra de teatro
igual. Pero nunca hay presupuesto ni siquiera para un folletito de algún
artista independiente. No se les está pidiendo nada, se les está exigiendo que
bien inviertan lo del pueblo para el pueblo. Esos rubros del Estado son
obligatorios: ¿Artistas becados? Sí, y que sean muchos y que sean los
verdaderos artistas independientes, ¿Apoyos económicos a creadores? Sí, y
también que sean muchos, para con su presencia ir creando un sano sector de
receptoría. Hay que obligar al Estado a que cumpla con su obligación cultural y
no que la agreda con su sistema de protegidos. Hay que arrancar las becas a los
que tradicionalmente –por lo menos desde hace 24 años– han medrado con ellas, a
los amamantados con la agria leche del desdoro.
“Hay que hacer que la cultura se
convierta realmente en un bien social. Si es cierto lo que afirmó Franz Boas de
que la cultura no se rige por leyes universales como lo afirmaba Taylor,
entonces particularicemos, pero pronto porque se nos está haciendo tarde.
Tenemos como país una realidad que urge transformar, transformémosla
transformándonos en beneficiarios culturales en contraposición con
el padrotismo cultural que des hace 24 años se ha reído de los artistas y de la
sociedad. Urge ocupar los espacios usurpados. Entre más se participe más se les
orilla a que sus manos delincan. Hay que participar en todas la convocatorias
para que más se manchen.
Hay que apostar por crear público, responde Espinasa,
coordinador de producción editorial de El Colegio de México. Y añade que eso
sólo se consigue si se está atento a lo que surge de la propia sociedad y de su
vocación específica en la cultura. “Apoyar el surgimiento de teatros y de grupos
independientes, de editoriales y librerías, de talleres y galerías, pero en
muchas ocasiones esta labor se encuentra con que la soluciones exceden la
atribución del Conaculta, como en el caso del cine en lo que respecta al tiempo
de pantalla para las producciones mexicanas y las medidas que se tomen afectan
intereses comerciales, económicos e incluso hacendarios (como ocurrió con los
regímenes de apoyo al libro y al cine, y particularmente con la ley del libro).
“Se debe apoyar la autogestión de los grupos y las
iniciativas civiles, facilitar su desarrollo sin intervenir en su evolución. No
apostar por el relumbrón sino por la base misma del edificio cultural. Evitar
aplicar una política sexenal –todo lo anterior no sirve– y evaluar las
necesidades de cada contexto y geografía como una manera de combatir el
centralismo”.
En neólogo Ehrenberg, director de Relaciones Internacionales
en Televisión América Latina (tal),
también advierte: “Toda y cualquier aceptación
por parte de una institución pública le otorga validad a quien la haya
solicitado. En todo y cualquier caso, los apoyos otorgados responden a los
intereses y las agendas de los otorgantes, más que a los de los solicitantes.
Así, toda coinversión le servirá más al inversionista que al beneficiado. En el
México nebuloso y discrecional, se complican las relaciones: los funcionarios
en turno ignoran o prefieren olvidar la diferencia que separa al mecenazgo,
privilegio de la iniciativa privada, y el apoyo al desarrollo, obligación del
Estado. Como consecuencia, al comportarse como mecenas, los funcionarios en
turno se asumen como defensores de intereses privados. La tragedia estriba en
que la ciudadanía, empezando por los propios creadores, también ignora esta
diferencia.
“A mi ver, la única salida de este laberinto depende de
los propios creadores y de nadie más. Hay cada vez más creadores que
distribuyen su creatividad al margen de los mercados y en contacto directo con
su público. Creo ser un buen ejemplo de esto...”, remata el ex agregado
cultural de México en Brasil.
La expresión cinematográfica resulta muy cara, por lo
que, en el caso de este ámbito, la subvención es una forma de impulsar
carreras, ataja Víctor Ugalde. El presidente de la Sociedad de Directores de
Cine y Medios Audiovisuales asegura que gracias a la política de apoyos puede
buscarse hacerlo debidamente y no con las carencias del cine independiente. “El
resultado será una expresión más estilizada. Se cubrirá perfectamente lo
técnico y será lo que cuenta y como lo que lo validara ante sus públicos”.
Cuando
la decisión de a quién proporcionar las subvenciones se realiza de manera colegiada,
los jurados tratan de impulsar y seleccionar expresiones de acuerdo a lo que le
gusta y atrapa. De ahí la importancia de la selección para conformar los
jurados, alerta el guionista de México/¿Nos
traicionará el presidente? (1987). “En términos generales se podría
concluir que la subvención no es una forma de validación para el cine.
Actualmente hay un número considerable de apoyos a la expresión fílmica. Supuestamente
se seleccionan proyectos para todos los gustos, pero 30% de las producciones no
reciben apoyo alguno. Como las apuestas fílmicas se seleccionan a través de los
guiones, no hay garantía de calidad ni de resultados, son sueños posibles. Y muchos
artistas realizan su carrera de forma independiente.
“El
cine siempre ha sido de alto consumo y esto no ha sacrificado su valor estético
y simbólico. Más bien lo ha perfeccionado. En las últimas décadas se han
separado más claramente las tendencias del cine de entretenimiento puro y el de
análisis crítico, de experimentación y de autor, en ambos se da el cine logrado
y el fallido, hay grandes expresiones artísticas y estéticas, de acuerdo a lo
que quieren contar. Las burocracias pueden impulsar la expresión plural pero
sólo cuando saben impulsarla, cuando sólo ven sus puestos como vehículos de
promoción y enriquecimiento, la detienen”, finaliza.
28.11.13
Tres décadas del Mono Blanco
"El son jarocho, importante en la recuperación de la identidad mexicana": Gilberto Gutiérrez
Gilberto Gutiérrez Silva zapateando en un fandango. Fotografía: Arturo Talavera.
Por Sergio Raúl López
Veracruz, Ver.–En los años setenta, en las peñas cantantes de la Ciudad de México, la música tradicional latinoamericana que podía escucharse comúnmente era la andina, muy de moda entre los círculos de izquierda y los exiliados sudamericanos. Difícilmente podía escucharse un son mexicano, excepto por el que interpretaban grupos aislados como Los Folkloristas u otros más desconocidos como Tejón. Pero un disco mítico, grabado por el musicólogo Arturo Warman en 1969 para el sexto volumen de la serie Testimonio Musical de México del INAH: Sones de Veracruz en el que destacaba la voz de don Arcadio Hidalgo, los requintos de Noé González y las coplas y jaraneos del historiador Antonio García de León, detonó lo que hoy en día es un explosivo movimiento musical, el del son jarocho con cientos de grupos, talleres grabaciones, libros, fotografías y fandangos en torno suyo. Y dio pie para la aparición del grupo emblemático del género: Mono Blanco.Curiosamente, este conjunto no se originó en el sur de Veracruz, región donde indudablemente florece el son jarocho, sino en la Ciudad de México. Un muchacho originario de Tres Zapotes, que vendía telas en una tienda Blanco y sabía cocinar con maestría, Gilberto Gutiérrez Silva; junto con su medio hermano, oriundo de Tlacotalpan y que trabajaba en el aeropuerto y deseaba estudiar Administración de Empresas, José Ángel Gutiérrez Vázquez, conocieron a un estadounidense entusiasta con estudios de literatura, enamorado de Borges y de la música andina, ah, e impresor en ciernes: Juan Pascoe.
Entre las tertulias con abundante música, comida y bebida en Mixcoac; entre los viajes de descubrimiento a las comunidades veracruzanas para grabar y conocer a los viejos músicos, y al acompañar un buen día, por una emergencia, al propio "negro" Hidalgo para una presentación, fueron dando forma a una atractiva fórmula de trabajo que reactivaría este género tradicional: un grupo de jóvenes abrevando de la cultura ancestral y de sus mayores, yendo de poblado en poblado para reavivar los fandangos festejos comunitarios de música, baile y gozo, que representan el alma verdadera de esta cultura, ofreciendo talleres para interesar a los jóvenes y a la par, presentándose en escenarios diversos como músicos profesionales.
Gilberto Gutiérrez continúa dirigiendo la agrupación y como un activo promotor del desarrollo del son jarocho con un espacio cultural propio en el puerto de Veracruz: El Casón. José Ángel, tras integrar los grupos de Salvador “El Negro” Ojeda y de Tehua, conformó ahora el virtuoso dúo Al golpe del Guatimé junto con su esposa Teresita Islas, donde explora las raíces árabes del la guitarra de son y también realiza giras internacionales con los canadienses Constantinople. Juan Pascoe, convertido ahora en músico ocasional de fandangos, radica en Tacámbaro, Michoacán, como el artífice del Taller Martín Pescador, imprenta especializada en procesos editoriales antiguos.
Y Mono Blanco celebra treinta años de existencia formal –inició, cierto, en 1975 pero su plena existencia con ese nombre se daría dos años después– con un festejo abundante en meses pasados: Ediciones Pentagrama acaba de reeditar en disco compacto Sones jarochos, el emblemático álbum que el trío grabó con don Arcadio Hidalgo y que existía sólo en formato de Long Play.
Además, Chris Sttachwitz, dueño de la famosa disquera estadounidense Arhoolie –especializada en blues, country blue-grass, Tex-Mex, jazz y otros–, finalmente editó, tras tenerlas enlatadas por 16 años, las grabaciones del disco Soneros jarochos, con una formación inusual en la agrupación, pues junto con el requintista del conjunto, don Andrés Vega Delfín y con Gilberto, aparecen Patricio Hidalgo Belli –el nieto de don Arcadio, actualmente en el grupo Quemayama– en la jarana y el afamado arpista tlacotalpeño don Andrés Alfonso Vergara, ya que el arpista Octavio Vega y el jaranero Ramón Gutiérrez carecían de cartilla y no pudieron ir a esa gira estadounidense realizada en 1989. Ahora el grupo lo integran Gilberto, don Andrés y su hijo Octavio, y Gisela Farías Luna en la jarana.
"Hicimos la gira, tocamos en La Peña en Berkley y el dueño de Arhoolie nos propuso grabar– rememora Gilberto–. Fuimos ya muy cansados , firmamos el contrato y nos adelantó regalías a cada uno, pero después dijo que no le había gustado, que no lo quería grabar. Creo que más bien era una estrategia, seguro que en este momento Mono Blanco es más importante que cuando lo grabamos. Es un material muy importante, sobre todo para don Andrés Alfonso que nunca hizo un disco. Después de tocar tanto tiempo juntos, el cuarteto estaba muy ensamblado y él andaba muy picado con don Andrés Vega, le echaban todas las ganas. Afortunadamente ya salió y creo que es un tipo de son que ya no hay".
A este par de grabaciones debe añadirse la producción del documentalFandango. Buscando al Mono Blanco (México-Estados Unidos, 2006), de Ricardo Braojos, que relata la importancia de los talleres de son jarocho del grupo no sólo en el sotavento de Veracruz, sino en California, y otras partes de Estados Unidos, donde el son se ha convertido en un poderoso fenómeno de identidad. Y habrá que añadirle la producción del cortometraje animado Terolerolé (México, 2007), de Jaime Cruz, que relata las anécdotas que se cantan en algunos sones emblemáticos.
La charla siguiente es con Gilberto Gutiérrez Silva:
¿Cómo escuchas ahora estos materiales?
"Los escucho muy bien como son, pero es un sonido que ya no hay. Ya somos otra cosa. El sonido es distinto aunque seguimos siendo soneros. Y coinciden con la película Fandango, en busca del Mono Blanco, que yo creo que va a ser muy importante pues contiene imágenes como desde 1980. Hay unas imágenes que se hicieron en película porque no había video, y la gente que las tenía afortunadamente las aportó. Fueron muchas horas de grabación y creo que el resultado es favorable".
¿Qué documenta este trabajo fílmico?
"·La historia de Mono Blanco y la de los Cenzontles en Estados Unidos, la de ambos juntos, la historia del trabajo binacional de Mono Blanco, la de los campamentos que resultaron muy buenos para el desarrollo del son, la periferia de los talleres. Fundarlos fue como un epicentro y hubo réplicas por todos lados".
La relación con los Cenzontles comenzó por el guitarrista clásico Eugene Rodríguez.
Nace de esa gira que hicimos por Estados Unidos, que justo coincidió con que Eugenio había terminado el conservatorio y tenía su proyecto de música mexicana en un centro cultural multirracial. Buscando instrumentos mexicanos llegó por medio de un cubano que conocía con Willie Ludwig, quien andaba promocionando la visita de Mono Blanco.
Nos contrató unas funciones para su centro cultural y unas escuelas. Cuando oyó al grupo quedó encantado porque él estudió no sólo guitarra clásica sino música barroca y encontró la relación directa entre ambos y quedó maravillado. Después acordamos que yo fuera a hacer una residencia artística allá, un poco para desafanarme de tantos años de trabajo y dejar que los jóvenes se hicieran y agarraran su propio camino. En los veranos volvía a México para hacer los campamentos y empezaron a surgir muchos grupos. En California logramos un desarrollo y llevamos a los chicanos a uno de los campamentos y como que todo fue viento en popa".
Por esta misma estancia quedó mucho más clara y evidente la relación directa de los ritmos del son jarocho con la raíz negra...
"Ya en México nos habíamos encontrado con el asunto afro del son, pero más con lo afroantillano o afrocubano, porque era el referente directo. Pero ya en la Bahía de San Francisco pude conectarme con África al empezar a conocer músicos senegaleses y llegué al punto de poder opinar que hay una influencia africana directa que no pasa por el Caribe y hay otra afrocaribeña en el son. Definitivamente encontramos que la música senegalesa está en el son jarocho y ellos mismos la reconocen. Fue muy enriquecedor estar en el área de la bahía de San Francisco donde hay todos estos músicos".
¿Qué tanto permite este documental recordar el pasado y mostrar la influencia de Mono Blanco en el movimiento del son jarocho?
"Yo creo que le va a permitir a mucha gente que anda en el movimiento, pero que no lo
conoce desde su origen, se dé cuenta que existe un origen, que no estaba ya hecho todo. Porque mucha gente no tiene el referente de que está tocando la música de una tradición que estuvo en vías de extinción. La película ayudará a ubicarse a mucha gente, incluso que estuvo en su primera etapa, pero que tiene la tendencia como de olvidarlo. Mucha de esta gente como que se ha reinventado su infancia: de haber crecido en un momento en que el son ya estaba completamente ninguneado pasan al discurso de que los arrullaron con sones, pero sabemos cómo estaba en verdad. De repente me maravilla cómo hay toda esta atención a los veteranos, pero de pronto me doy cuenta que lo que para mucha gente son veteranos no lo eran para nosotros sino otros que ahora tendrían 120 años, fue la generación con la que a entrelazarnos para restañar esa ruptura generacional que se había dado. Afortunadamente tuve la oportunidad de conocer a unos viejos que los que son viejos hoy ya no les tenían respeto. O sea, ese respeto que hay para estos viejos hoy, esos viejos, en su momento, no lo tenían para con aquellos viejos con los que nosotros fuimos a reencontrar la tradición y el fandango, que es el gran descubrimiento. El boom se dio a raíz de que comenzó a haber fandangos".
Y de que empieza a haber estas giras suyas por los pueblos de la región...
"Exactamente. Para 1983, ya habíamos diseñado este proyecto de promoción y difusión del son jarocho a través del fandango y es ahí donde empieza el resurgimiento de la cosa".
Actualmente, en Estados Unidos, hay gente que no sabe hablar español pero sí tocar son jarocho gracias a los talleres...
"Me parece que está jugando un papel muy importante en la recuperación de la identidad, no jarocha sino mexicana. Y también lo será en el futuro, donde el resultado ya no sea son jarocho, pero que parta de esta raíz, así como el blues o el son cubano. El género está teniendo impacto en la nueva música popular mexicana como Lila Downs, Eugenia León, Café Tacuba, Jaguares, Molotov, Julieta Venegas, mucha gente. Es muy bueno que haya desarrollo y que la tradición nos haya marcado un camino hacia dónde seguir, que se ramifica y que va hacia muchos lados. Se está trabajando el son desde el rock, la música barroca, el jazz y muchas otras aristas. Qué bueno que tenemos eso".
Texto publicado originalmente el viernes dos de noviembre de 2007 en las Páginas de la República de la sección cultural que solía dirigir Víctor Roura en el diario El Financiero.
Juan Manuel Rodríguez y Julio César Corro, del grupo Estanzuela, junto con Octavio Vega y Gilberto Gutiérrez,
tocan las Mañanitas a la Virgen de la Candelaria, en Tlacotalpan. Foto: Sergio Raúl López.
1.8.13
Zacatecas, veinte años atrás
Periodismo cultural
Un cuarto de siglo / IV.
¿Para qué? ¿Por qué? ¿Para quién?
Zacatecas, veinte años atrás
Hace 20 años que encuentro, en estas páginas, refugio y solidaridad, la complicidad permanente por esa vieja actitud, escasa ya en otros lares, del deslumbramiento y el amor por la cultura toda, esa que no se decide en las élites ni que ignora al país entero. La que nos conforma como nación. Y eso se celebra, se agradece.
Un cuarto de siglo / IV.
¿Para qué? ¿Por qué? ¿Para quién?
Zacatecas, veinte años atrás
Sergio Raúl López |
Jueves, 1 de agosto de 2013 |
Catedral de Nuestra Señora
de la Asunción de Zacatecas. Foto: Sergio Raúl López.
Época de Semana Santa en Zacatecas, ciudad virreinal repleta de turistas regulares; pero, también, de los religiosos -que suelen realizar una nutrida procesión piadosa los Viernes de Dolores-, un contexto en que el festival cultural local no lograba la mayor de las atenciones. Era apenas 1993 y la espectacular y costosa contratación de figuras internacionales que ocurriría década y media más tarde -entre los que se cuentan Bob Dylan, Eddie Palmieri, José Carreras, eran aún un tipo de lujos que sólo el Cervantino podía darse-, resultaba inimaginable. Había, cierto, una programación mayoritariamente repleta de actividades con artistas residentes en México. Menos relumbrón y pátina intelectual, pero mucha diversidad.
Hubo, incluso, un espacio para el periodismo cultural. Una mesa de mediodía integrada por editores especializados provenientes de la Ciudad de México. Un combate ideológico, ético y de convicciones entre Paco Ignacio Taibo I, cabeza de la sección cultural en El Universal; Braulio Peralta, proveniente de La Jornada, y, claro está, Víctor Roura, quien ya tenía cinco años dirigiendo las páginas de cultura en EL FINANCIERO, para ese entonces la más combativa, repleta de ideas, buenas plumas y dueña de un ámbito libertario ejemplar, en el que probablemente era el diario capitalino de mayor influencia nacional. Evidentemente, la discusión subió de tono y las posturas iban desnudándose. El desenfado, apertura y crítica permanentes de Roura, pienso ahora, unió al otro par de editores en su contra, pues sus disparos certeros habían logrado ponerlos a la defensiva.
Para un imberbe aspirante a periodista cultural como yo lo era, la experiencia fue altamente formativa. Ya lo había sido el viaje en sí y la estancia misma en la sala de prensa -sólo acreditado a medias, sin hospedaje ni alimentos, sólo con una pequeña credencial de acceso- repleta de enviados, constituía una escuela viva, en movimiento, sobre todo dados los pobrísimos, cuando no nulos, ejercicios periodísticos usuales en Toluca, mi ciudad natal. Más aún cuando corroboré, en piel propia, la emblemática apertura de Roura para con su sección. Antes que yo siquiera lo esperara -luego que que la noche anterior una golpiza judicial irracional y gratuita, impune por tanto, llamara la atención hacia mi persona-, me abordó para invitarme a enviar textos para la sección, sobre todo si se trataba de noticias de los estados y de mi localidad. Tras mi supina insistencia y algunos meses más tarde, logré publicar mi primera colaboración en la sección. E, intermitentemente, claro está, ahí he continuado y se han fincado mis afectos para esas páginas culturales.
Algo del gozo puro por el periodismo cultural, pienso ahora, ya comenzaba a craquelarse desde entonces. El ámbito de este oficio ha ido mutando irremediablemente. Mudando sus afanes y objetivos. Y aunque las mesas de discusión se multipliquen y su práctica se discuta y estudie cada vez más, el ejercicio del mismo, paradójicamente, se ha ido descalcificando, perdiendo esa aura entre ingenua y crédula, extraviando sus intentos por reflexionar sobre el arte y en torno al hecho cultural por el puro gusto de hacerlo. La discusión misma se ha suavizado. La reducción de espacios impresos, radiofónicos y televisivos es una tara aceptada casi universalmente. Lo mismo que la superflua e inofensiva manera de informar, tan acrítica, tan sobajada, tan bocabajeada. Con sueldos obreriles y tratos indignos, pareciera que los espacios otorgados a cuentagotas y la nula importancia otorgada a estos contenidos fueran fruto de una actitud condescendiente y perdonavidas en las redacciones. Y que la eterna sumisión rencorosa hacia el funcionariato cultural significara, simplemente, el callado anhelo por poseer los privilegios de aquella clase política. Lo mismo que la admiración perpetua para con los creadores, sin la exigencia ni la necesidad de entender su discurso estético ni su calidad artística. Como si el periodista cultural fuese simple bocina magnificadora de todo -principalmente de los dictados institucionales, estatales- y no un ente crítico, en aprendizaje permanente, en desarrollo tanto de conocimiento como de técnica. Un relator de su sociedad con la dignidad que ello implica.
Este texto se publicó originalmente en la sección de Cultura del diario El Financiero, el jueves primero de agosto de 2013. Puede encontrarse en el ENLACE.
16.7.12
INFORMACIÓN VERGONZOSA
El Interregno
INFORMACIÓN VERGONZOSA
Tomás Segovia
|
Durante los días más álgidos de la crisis postelectoral, varios intelectuales mexicanos enviaron cartas al periódico español El País para denunciar la forma en que la prensa española había estado difundiendo las noticias en torno a las elecciones mexicanas. A saber, ninguna de ellas fue dada a conocer. Publicamos aquí la carta que Tomás Segovia envió el 3 de septiembre de 2006 a El País.
Señor director:
Espero algún día escribir un extenso comentario, aunque sólo sea para mi cuaderno personal, sobre la vergonzosa información que la prensa española ha estado difundiendo en torno a las elecciones mexicanas. Esta vez me limitaré al detalle del día, no más grave que las otras inexactitudes que han publicado ustedes día a día. En la información de hoy 3 de septiembre, aparte de la evidente animadversión del tono, no mencionan ustedes el punto esencial del acontecimiento, o sea que el Presidente había ordenado el estado de sitio en un sector de la ciudad equivalente al área de la ciudad de Bagdad, sin pedir la aprobación de la Cámara, como exige la Constitución. Ese fue el motivo por el que los legisladores perredistas se negaron a proseguir la ceremonia mientras no se suprimiera esa situación ilegal, y ustedes omiten también cuidadosamente mencionar que hasta la prensa más conservadora consideró esa hazaña histórica como ejemplarmente pacífica, inteligente y legal. Para apoyar sus opiniones resulta casi jocoso, visto desde México, el cuidado con que escogen ustedes a los intelectuales a los que citan. La comunidad científica universitaria, por ejemplo, se reunió hace poco para redactar una declaración y encontró que entre sus miles de miembros sólo tres negaban que hubo fraude electoral. Tal cosa, por supuesto, nunca se mencionó en la prensa española, como tampoco se menciona a los intelectuales más destacados del país, ni a agrupaciones internacionales como la CEPR(www.cepr.net), que declara: "No podemos asegurar que hubo un fraude, pero es muy difícil pensar en otra explicación." Supongo que es ridículo pensar que ustedes me invitarán a dar mi opinión en alguna de sus páginas editoriales, pero si se diera ese azar, me esforzaría por exponer algunas cosas.
Nota bene: En los días de la crisis post-electoral mexicana del verano de 2006, la revista Fractal publicó una sección especial llamada Interregno, en la que diversos escritores manifestaban sus opiniones respecto del conflicto. Dado que aparecen un mensaje de alerta advirtiendo que la página contiene un "virus malintencionado" y malware, es que la transcribo a mi blog personal. Quien quiera consultarla, la fuente original es esta:
5.6.12
La camarita es como el oxígeno para Héctor García
La mañana del sábado 2 de junio de 2012, el fotógrafo Héctor García falleció en la Ciudad de México, esa que tanto retrató y configuró visualmente durante largas décadas. A manera de pequeño homenaje reproduzco la entrevista que publiqué en la sección Cultura del diario Reforma, el 4 de septiembre de 2003. Para mayor información puede consultarse la página de la Fundación Héctor García.
El dominio de los misterios del oficio
fotográfico
Por Sergio Raúl López
Vital como el oxígeno, la cámara fotográfica ha acompañado la
existencia y forjado la personalidad de Héctor García (Ciudad de México, 1923),
quien es capaz de tomar buenas imágenes en su Olytmpus automática de 35
milímetros sin dejar de andar y sin echar una sola mirada al visor.
"Eso lo da el oficio", dice el creador de 80 años, de
quien se inaugura hoy a las 19:30 horas en el Centro de la Imagen una
exposición retrospectiva con dos centenares de fotografías titulada simplemente
Héctor García, que inicia formalmente las actividades de Fotoseptiembre en su
décimo aniversario.
De la misma manera que carga desde hace más de una década su
Olympus, señala con una sonrisa, infinidad de señoras llevan una cámara
automática en sus bolsas.
"Su camarita es como el oxígeno, absolutamente natural. La
humanidad no podría vivir fácilmente sin la fotografía, que nos permite ver
infinidad de cosas, ya sea por curiosidad o para conocer el universo mediante
microscopios o telescopios, o la calaca bailadora en los rayos X", dice
el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2002.
La exposición fue curada por un equipo dirigido por Gabriela
González, quien durante la primera mitad del año seleccionó las imágenes de la
exposición, que es también el tema principal del más reciente número de la
revista Luna Córnea, dedicado a García.
"Tengo más de 60 años haciendo fotografías, lo que me ha
permitido reunir alrededor de 20 mil rollos de negativos e imágenes", dice
el creador, quien se ha interesado en una gran variedad de temas y lugares,
además captar muchos lugares de México en los recorridos que realizó como
fotógrafo de la Presidencia de la República.
"Me gustó la fotografía y la hice mi oficio y mi manera de
vivir, gracias a eso obtuve personalidad, carácter, estilo y un modo de ver el
mundo. Creo que a través de la lente he buscado a las personas, a la humanidad,
por lo que muy difícilmente he hecho fotos que no incluyan a un ser humano de
cualquier clase o condición", explica.
Seis décadas en el oficio de fotógrafo le han permitido, además,
forjar una teoría propia: que las fotografías son seres autónomos que "se
defienden por sí solos y hablan por sí mismos".
Es más, agrega con cierto aire de misterio: "La fotografía es
una forma de escritura".
"Me he dado cuenta de que la foto es un medio de comunicación
muy efectivo, pues la imagen habla y se expresa. He visto gente que ya no
necesita leer el periódico después de ver una fotografía".
Lo que permanece como un misterio, apunta, es el proceso que dota
a los fotógrafos de "una especie de nuevo sentido" que supera incluso
a la vista, una herramienta principal a la hora de tomar imágenes.
"La experiencia le permite a un reportero gráfico casi prever
cosas que van a suceder. Donde se produzca una noticia, el fotógrafo buscará,
gracias a este sentido, una posición de primer espectador, apoyado en la
experiencia, la intuición o algo más", señala.
Sólo queda una prueba para saber si en verdad se posee el oficio:
hacer la foto. "La hiciste o no, la captaste o no", y sobre este dato
no hay discusión posible.
García destaca el hecho de que la fotografía es un arte joven, de
apenas 150 años, que se sirve de un instrumento hecho por el hombre a su propia
medida, lo que explica su enorme popularidad. Cita que Balzac, el escritor
francés, al conocer el invento dijo que había nacido "el testigo
irrefutable de la historia".
Al principio, relata divertido, a los retratados se les imponía un
método de tortura para lograr su imagen, pues los sujetaban con correas a la
silla, "como si fuera la eléctrica", para mantenerlos quietos.
Fascinación por los enanos
En los años 40, cuando se preparaba para estudiar ingeniería en el
Instituto Politécnico Nacional, García, encargado entonces del periódico mural
de su escuela, recortó y pegó algunas de las fotografías publicadas en los
diarios sobre los continuos pleitos que tenían con los estudiantes de la UNAM,
"porque nos agandallaban".
En medio del desorden descubrió a unos "como enanos que se
movían de aquí para allá"; eran los fotorreporteros, cuyo oficio
inmediatamente le fascinó, al grado de comprarse una cámara barata para
aficionados, del tipo Brownie de la Kodak, de formato 4 por 4 centímetros.
Entre 1943 y 1945, casi al término de la Segunda Guerra Mundial,
se fue de bracero a Estados Unidos. "No aprendí una chingada, más que el
pico y la pala", recuerda, excepto por los cursos sabatinos que tomaba en
Nueva York, donde le enseñaron lo suficiente de fotografía para poder retratar
a las muchachas con una pequeña cámara de fuelle.
De regreso a la Ciudad de México, se convirtió en recadero y
asistente de Edmundo Valadés, director de la revista de cine Celuloide, donde
escribían autores como Efraín Huerta y José Revueltas.
Después de un tiempo, Valadés envió a García al Instituto de Artes
y Ciencias Cinematográficas, donde ofrecían preparación en diversos oficios
relacionados con la industria. Ahí, el creador autodidacta tuvo acceso al
conocimiento académico del arte visual, la técnica fotográfica y la historia
del arte, al asistir durante dos años a las clases que impartían los fotógrafos
Manuel Alvarez Bravo y Gabriel Figueroa.
"Fue padrísimo: trabajaba en Celuloide, estudiaba en la
academia e iba a los estudios de grabación. Entonces ya me hice de una camarita
para hacer fotos de película, una Speedgraphic de formato 6 por 9 que compré a
crédito en Casa Regis".
García se declara un apasionado de la figura humana, desde las
esculturas de la Grecia antigua, hasta la realidad social, por lo que en su
trabajo desfilan los retratos de niños e indígenas.
"Trabajé durante 50 años de manera intensa, en
los que el día y la noche no me bastaban", recuerda. "Siempre tenía
mi cámara lista y hacía más imágenes de las que me encargaban porque todo
despertaba mi interés".