17.4.07

Cine de ajo

En la pulquería, hallé el respeto que no había encontrado en la industria cinematográfica: Everardo González
Por Sergio Raúl López El mono de alambre, ese himno a la mentada de madre, es la tonada que musicaliza un fragmento del documental La canción del pulque de Everardo González. Y sintetiza a la perfección el ambiente libertario, divertido y catártico que se vive de esos casi extintos centros de reunión y retozo donde se consume la ancestral bebida mesoamericana: las pulquerías. En las imágenes se nos va revelando, a través de una de las últimas pulquerías de la Ciudad de México, La Pirata --en la colonia Escandón--, y de los tinacales de los ranchos La Unión y San Cayetano de Tlaxcala, que ingerir esa bebida representa también un ritual de encuentro con una de las tradiciones sobrevivientes del México antiguo, y que en torno suyo se agrupan elementos del habla, la música y la memoria popular, como el albur, los juegos de azar y las viejas canciones. El pulque sirve para olvidar las penas, sí, pero también para recuperar la identidad, se nos propone. Y con el cine nacional ocurre una crisis similar a la del campo mexicano: la competencia desleal de la industria estadounidense --de los productores de Hollywood--, que acaba por apabullar y desaparecer los esfuerzos de los creadores nacionales, sentencia Everardo González (Ciudad de México, 1971), director y fotógrafo del documental de 60 minutos que realizó como tesis en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Desde su estreno, en el año 2003, La canción del pulque ganó el premio Mayahuel a la Mejor Edición y a la Mejor Fotografía de la Muestra de Guadalajara 2003, una mención especial en el Festival de Morelia 2003 y el Ariel en la categoría de Largometraje Documental en el 2004. Desde enero anterior, inició un recorrido itinerante con dos copias por todas las pantallas de la cadena Cinemark -- su exhibición durará durante todo el año -- previo a su lanzamiento en formato DVD en un par de meses con la distribuidora La última y nos vamos. --¿Qué le condujo a filmar un documental en la pulquería La Pirata en lugar de quedarse en los Estudios Churubusco haciendo comerciales como suelen hacer los egresados del CCC? --Que nunca he creído en la publicidad. En serio, nos hace mucho daño, nos ha golpeado mucho como sociedad y nos ha metido en un sistema aspiracional inexistente, en una absoluta mentira. Cuando tuve oportunidad de acercarme a los medios masivos y al mundo de la publicidad, siempre sentí un malestar interno, porque lo considero un mundo nocivo y una de las causas principales de la insatisfacción global del mundo, pues te inserta imágenes que no existen de relaciones amorosas y afectivas, modos de vida y muchas cosas más. El éxito en la vida no consiste en tener una estabilidad económica fuerte como te dicen la televisión y la publicidad. Yo llegué a La Pirata porque este lugar tiene vida real. La gente es derecha y es derecha, es culera y es culera, no te va a andar con medias tintas. El documental me ayudó a posicionarme como creador conmigo mismo y con los compromisos con que quiero hacer cine. Me ayudó a quitarme todos estos colguijes que uno supone es hacer cine. Desde la propia silla del director, que no existe o que a mí no me tocó. Me ayudó a entender también que el cine es un medio de arte y no es solamente los óscares, que debe ayudarte a cuestionarte tu propia condición humana, creo que esa es su esencia. --La Pirata no sirvió únicamente de locación, pues entre su clientela y sus trabajadores se encuentran los protagonistas y las historias del filme. --Yo estoy muy feliz, pues ahora mismo tenemos una entrevista en la pulquería y por más que nos cabulean y nos tiran las bromas, siempre habrá un respeto fuerte. Yo encontré en esta pulquería el respeto que no he encontrado en todo el medio cinematográfico y en todo el mundo que no es el real. Aquí la gente fue muy respetuosa y se involucró verdaderamente con el proyecto: les plantee lo que quería hacer, venía diario y me formé una disciplina, para hacer algo en serio. Antes de llevar una cámara requerí involucrarme al menos seis meses: sentarme a cotorrear con la gente, escuchar sus rollos, contarles los míos, pedir canciones, cantarlas, pagar la ronda. De acercarte como amigo y luego como amigos me ayudaron a que se hiciera la película y ahora están muy contentos con los resultados. --La Pirata es distinta de un bar o una cantina, representa una cultura, una forma de vida que está en extinción, digamos. --Lo que me interesa de La Pirata es su condición de refugio al cien por ciento. Sus clientes son los mismos que acuden todos los días a juntarse con sus amigos, que son la familia que uno escoge. Desgraciadamente va a desaparecer como muchas de las cosas auténticas de este país, de ese México profundo. La pulquería es un lugar con costumbres que han sobrevivido a la Conquista, a la Colonia, a la Independencia, a la Revolución y que, en el 2004, sigue aquí, y eso habla de una raíz fuerte que no se sacude muy fácilmente. La mayoría de las pulquerías de la Ciudad de México han desaparecido, pero siempre permanecerán estos resquicios, que para mí son evasiones de resistencia cultural. Aquí volteo y cuestiono: ¿cuál globalización?, ¿de qué me hablan? Eso es mentira, un Disneylandia en la cabeza de los teóricos y los economistas. Aquí volteo y veo gente que sigue migrando a la ciudad y encuentra en el pulque un referente directo con el campo. Lo fascinante de la pulquería es que pareciera que el tiempo aquí se detuvo, que lleva su propia vida, aunque afuera de la puerta haya gente con la obsesión de que estamos globalizados. --El documental ofrece una vista sobre Tlaxcala y las haciendas donde todavía se producen tinajas de pulque, pese a todos los embates contra su producción. --Lo interesante de las haciendas de la franja pulquera de México es que son un reflejo muy vivo y muy muerto a la vez, de la crisis agraria. Es increíble ver esas enormes haciendas abandonadas e imaginar los tiempos de bonanza que permitieron fundar la sociedad aristocrática pulquera. Creo que si México es un país tan pobre, es por ese abandono de lo que somos en esencia, de lo que nos formaba como nación. Todo lo que nos da identidad, es relegado, funciona mejor un McDonalds que la cosecha de maíz de todo un año. Por eso ahora tenemos que importarlo de los gringos y de Sudáfrica, habiendo sido un pueblo de maíz. Es increíble, es penoso. Hurtos heroicos --¡Además heroico, usted es un prócer de la historia!-- dijo entre carcajadas Everardo González a “El Carrizos”, un viejo ladrón que está en la cárcel por zorrero, es decir, por asaltar casas, al enterarse que en los años setenta logró hacerlo en las opulentas mansiones de los presidentes Luis Echeverría, José López Portillo, del regente Ernesto P. Uruchurtu y del secretario de gobernación Mario Moya Palencia, entre otros, sin importar que las custodiaba el ejército y agentes del servicio secreto de la DIP o la DFS. -- Es lo que yo digo---- le contestó convencido el ladrón asumido, quien es el personaje principal del siguiente documental del realizador, titulado Los ladrones viejos. Las leyendas del Artegio (2007) que ya inscribió en el Festival de Cine Iberoamericano de Guadalajara y que, de ser seleccionado a competencia, se estrenaría ahí. Aunque “El Carrizos” se encuentra en la cárcel tras asaltar la casa de la familia Gómez Mont --dueños de Casas Geo--, sus testimonios permiten asomarse al mundo de las leyendas que se hicieron con los grandes ladrones de la ciudad, además aparecen también algunos agentes del servicio secreto retirados, que hablan de ese “romántico México de los años setenta”. Everardo advierte que le interesa hablar de lo que no está registrado. Y prosigue: --Además la parte oculta siempre está del lado popular y creo que vale la pena porque hará que el sector popular sí vaya a las películas. Es tristísimo ver la cantidad de cines de barrio que han cerrado, de repente lo único que existe es Cinemex, Cinépolis o Cinemark, que cuestan una fortuna y dejan fuera a este público popular. No nos sorprendamos después de que nadie va a las salas de cine. El cine puro siempre te permitirá verte reflejado en una pantalla. Es por ello que en realidad no se mira como director de cine de ficción, con ejércitos de trabajadores a su disposición y prefiere salir a la calle, cámara en mano, simplemente porque, por el momento, el documental le permite filmar más. --Dependo mucho más de mí mismo. Claro, tiene el grave problema que una vez que está terminado, su futuro es incierto, mucho más que lo que sucede con una ficción. Pero también el riesgo económico es menor, entonces hay posibilidad de filmar una tercera, cuarta o quinta película. Eso es lo que yo esperaría, poder filmar más. Me acomoda mucho más el documental, el trabajo solitario y que continúa por mucho más tiempo. Además soy de una generación que entró con la revolución tecnológica y eso es algo importante en la industria ahora.