13.12.07

La guadalupana vino con los conquistadores

La primera aparición de la virgen morena ante un pastor, ocurrió en España Por Sergio Raúl López La primera aparición legendaria de la Virgen de Guadalupe no ocurrió en el cerro del Tepeyac. La leyenda tampoco da cuenta de ningún indígena como testigo presencial. El hecho real es que la advocación mariana que lleva tal título es originaria de Cáceres, en el sur de España y el propio vocablo que le da nombre es de raíz árabe, no náhuatl. Es una virgen negra, tallada en madera y patrona de Extremadura. Y la primera vez que se le escuchó nombrar en el valle del Anáhuac fue como grito de guerra, pero de los conquistadores europeos. La aseveración pareciera un apotegma, un postulado herético e incluso un ataque directo a la fe de los millones de católicos que en México veneran a la virgen morena. Pero lo cierto es que es una historia real, fácilmente comprobable y comprensible. Ocurrió a finales del siglo XIII o bien a inicios del XIV –digamos, casi dos siglos y medio antes que los sucesos del cerro de Tepeyac–, cuando un humilde pastor vecino de Cáceres en busca de una vaca extraviada de su propio rebaño, acabó por hallarla muerta a orillas de un río escondido en los montes de Altamira. El hombre, consternado por perder un valioso bovino, decidió aprovechar al menos la piel, pero justo al trazar involuntariamente la señal de la cruz con su cuchillo el animal volvió a la vida y acto seguido la Virgen María se le apareció –al pastor, claro– para pedirle que acudiera con los clérigos de su localidad para hacerles desenterrar una imagen suya que se hallaba justo ahí, donde había muerto la vaca. Al regresar a su casa, el pastor –que en el siglo XVI sería nombrado don Gil de Santa María y ya en el siglo XVIII aparecería en códices como Gil Cordero– se encontró con que ahora el muerto era su propio hijo, por lo que acudió de nuevo a solicitar los favores de la diosa madre y el infante, milagrosamente, volvió a la vida. Semejante prodigio convenció a los clérigos, quienes acompañaron al pastor al sitio, excavaron en las rocas y efectivamente hallaron la imagen, una talla en madera de cedro de 59 centímetros de altura, rostro negro y sentada en un trono, con su hijo sentado a su regazo. Ahí, junto al río de Guadalupe –voz árabe que significa “río escondido”– se erigió la primera ermita y casi inmediatamente se convirtió en lugar de peregrinación. Eso es lo que cuenta la leyenda, propia de una época en la que los europeos eran afectos a las reliquias de diversos santos y de los objetos de la Pasión de Cristo –existen decenas de clavos y miles de lignum crucis, esas astillas de la cruz de Jesús que alcanzan como para armar una docena–, a las pinturas y tallas finalizadas con auxilio divino, y a las señales divinas o milagros. Pero lo cierto es que esta virgen pertenece claramente al grupo de vírgenes negras que comenzaron a surgir en Europa en los siglos XI y XII, y en el caso de la virgen morena justo en un periodo de apariciones marianas a pastores en territorio de la futura España. El mito todavía tiene más historia que se remonta al siglo I y quiere hallar en el evangelista Lucas al primer propietario de la talla, que viajaría del Asia Menor –en Ayara–, pasando por Constantinopla y Roma, –periplo en el que la imagen dio muestras de su capacidad milagrosa–, a Sevilla y en el año 711, durante la dominación árabe, habría sido ocultada en Extremadura por unos clérigos que huyeron. Lo cierto es que el Real Santuario se construyó en tornó a la Puebla de Guadalupe, erigida en 1337 en los alrededores de la ermita original y que en pocos años fue el más importante de todo Castilla, al grado que los Reyes Católicos lo utilizaron como fortaleza, palacio y banco. Ahí, por ejemplo, mantuvieron su primer entrevista con Cristobal Colón. Y aunque fue nombrada patrona de Extremadura apenas hace un siglo, en 1907, mucho tiempo antes ya era considerada como tal. Dicha provincia es conocida en España como “tierra de conquistadores”. No resulta extraño, pues durante la Conquista de América, fueron muchos los extremeños destacados, entre quienes se contaba, por ejemplo a Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Pedro de Valdivia –quienes tomaron México, Perú y Chile, respectivamente– amén de otros famosos aventureros como Nicolás de Ovando, Pedro de Valdivia, Hernando de Soto, Sebastián de Bacalcázar o Vasco Núñez de Balboa. Ellos y buena parte de sus tropas, arribaron a tierras americanas con la Virgen de Guadalupe como protectora. Y más allá, Guadalupe fue grito de combate de los conquistadores extremeños durante toda su campaña en México, incluyendo el sitio a Tenochtitlan, y también fue la advocación mariana en la conquista. Tal es el aserto de Rolando González Arias, estudioso del fenómeno. Además, de Extremadura vinieron los frailes que, bajo la dirección de fray Alonso del Espinar, el comendador de Ovando llevó a Santo Domingo para que iniciaran y desarrollaran la obra de evangelizar a los indios y evitar la explotación que sufrían en manos de los colonos españoles, plantea el profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. –Uno de los temas que más olvidados en los estudios de surgimiento del culto a la Virgen de Guadalupe en Anáhuac, es el de su propagación, por los conquistadores extremeños. Es, quizá, un tema tabú. Ya que, para la historia oficial, los conquistadores son seres despreciables en quienes moraban las pasiones más ruines: la avaricia, la lujuria y el desenfreno. Si bien algunos conquistadores podrían ajustarse a ése modelo, la verdad es que el proceso era más complejo, y los extremeños, siendo fervientes católicos y marianos, rendían particular devoción a la Virgen de Guadalupe y propagaron su culto. No sería difícil, por lo tanto, creer el sermón que el 8 de septiembre de 1556 –25 años después de que debiera haber ocurrido la aparición– diera Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos quien embatió desde el púlpito de la capilla de San José, frente al virrey, el arzobispo la audiencia y el clero, contra la nueva y reciente devoción levantada “sin fundamento” en una ermita “que han calificado de Guadalupe”pues decir que la “imagen pintada por el indio Marcos” –que algunos identifican como el afamado pintor Marcos Cipac de Aquino, discípulo del colegio de San José de los Naturales– hacía milagros, provocaría una gran confusión entre los conversos, advirtiendo que si no se atajaba aquello, él dejaría de predicar a indios, porque era “trabajo perdido”. Lo anterior se encuentra registrado en la Carta sobre la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México escrita por don Joaquín García Icazbalceta. Dicho documento relata también que el arzobispo fray Alonso de Montúfar, sucesor de fray Juan de Zumárraga, realizó una averiguación, misma que se suspendió y quedó sin concluir, y que tampoco castigó al franciscano. El documento en el que se recogió este proceso parece indicar que el culto comenzó quizás en 1555, luego que un ganadero había recobrado la salud acudiendo en la ermita. Por cierto que la imagen mexicana de Guadalupe no guarda parecido con la talla en madera del Santuario de Extremadura, sino con una imagen que está justo enfrente de ésta –colocada sobre el coro y que data de 1499–, que cuenta con manto, estrellas, rayos de sol, media luna y un niño sosteniendo el conjunto, si bien aquella es gótica y también tiene un niño en su regazo, . Pero la diferencia de fondo entre los dos cultos guadalupanos, plantea Rolando González, es que en España distinguen la tradición popular de la verdad histórica, y que el clero no basa el culto en un engaño. Aunque las pruebas históricas demuestren que la imagen no es producto de un milagro, eso no modificaría su devoción, pero justo ése es el temor del clero. Y luego opina: –La ignorancia y el engaño no son la base de la fe, por ello ese mito no es el sustento de la fe. Juan Diego mismo, plantea el organizador del Encuentro de Antropología e Historia del Guadalupanismo en la ENAH, es la representación vernácula, en el teatro evangelizador, de Gil Cordero, aquel pastor extremeño al que la Virgen María, según la tradición, se le apareció en Extremadura. Así que su reciente santificación por el Vaticano e incluso su, esta sí, aparición en una imagen oficial –que parece más castizo que indio y hay quienes le encuentran ciertas reminiscencias de Cortés– simboliza el reconocimiento de que la evangelización se realizo gracias a la participación activa de los tlamacazques, los sacerdotes del culto prehispánico. El culto guadalupano, concluye, no proviene de los relatos de la aparición, es prehispánico y se propagó por la Nueva España, necesitada de un mito fundador que nos hizo hijos de la Madre de Dios. Y lo resume en una frase: –Es el sustento de la vida y de los hijos, la que apapacha, protege, da vida, salud y alimento. Por eso fue el estandarte de los insurgentes, cerrando el ciclo que inicio con la conquista, como advocación de nuestra madre, Santa María Ichpochtli Tonantzin. Pero si hemos de atenernos a los hechos históricos, podemos afirmar tajantemente que la Virgen de Guadalupe no se apareció en el cerro del Tepeyac al indio Juan Diego y que en ninguno de sus numerosos y largos escritos, fray Juan de Zumárraga da cuenta del milagro que, según la leyenda, presenció en el Palacio del Arzobispado en el Centro Histórico de la Ciudad de México –donde no existe ningún culto, pese a que ahí debió pintarse la tilma de manera divina. No fue sino hasta 1648, cuando el presbítero Miguel Sánchez publicó un libro con el relato aparicionista, mismo que fue traducido al náhuatl el año siguiente por el vicario de la ermita, el licenciado Laso de la Vega –conocido como Nican Mopohua– que se revivió un culto “casi olvidado” como escribió Antonio de Robles en su Diario de sucesos notables en 1674. Estos son algunos de los datos que pueden leerse en el largo escrito de García Icazbalceta , quien además de gran historiador era un ferviente e irreprochable católico, mismo que escribió en 1888 a manera de misiva privada al arzobispo Pelagio A. Labastida para negarse a comentar un libro apologético sobre la aparición. De hecho, con su carta dirigida al arzobispo, García de Izcabalceta no buscaba quitarle la devoción hacia la imagen del pueblo mexicano, simplemente mostrar la realidad histórica, pero sin poner en entredicho, jamás, la parte teológica y el dogma de fe. Sin embargo, este hecho irrefutable no impide el culto a la advocación mexicana de la Virgen de Guadalupe ni la gran fe que ha despertado en el pueblo mexicano, propone el historiador Ricardo Candia, quien realiza una historiografía de la famosa carta antiaparicionista de García Icazbalceta, cuya primera edición reproducía en su portada un grabado flamenco de 1458, muy similar también a la imagen de la guadalupana mexicana. Incluso en el seno mismo de la Iglesia Católica, prosigue el historiador, siempre han existido pugnas entre los propios creyentes alrededor de la aparición guadalupana. Pero esto no quiere decir que exista una dicotomía entre aparicionistas y antiaparicionistas, sino una pugna entre quienes siguen las fuentes históricas y los hechos comprobables, y quienes siguen los dogmas teológicos. Respecto al culto guadalupano, la disputa es muy ociosa, dice. La realidad es que la fe en la virgen existe y está muy presente en México, y “así se publiquen textos desde el punto de vista artístico, estético o histórico, seguirá existiendo y no se borrará con nada”. Hasta el 2002, el investigador había identificado cerca de 20 ediciones distintas, algunas en periódicos liberales del XIX como El Imparcial y El siglo XIX hasta las más recientes, una hecha por el Fondo de Cultura Económica que acompaña al Nican Mopohua con un estudio histórico de Ernesto de la Torre, y la más reciente, de Ediciones del Milenio que la reúne con los ensayos antiaparicionistas de Juan B. Muñoz y de Francisco del Paso y Troncoso. Hasta que la Iglesia Católica no acepte que el origen de la imagen es de manufactura humana, la polémica seguirá, finaliza el pasante de la Maestría en Historia de la UNAM. Una polémica que jamás podrá terminar o siquiera disminuir la profunda fe y religiosidad que el pueblo de México le profesa a su virgen morena.

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