El negocio recurrente de Star Wars
Una versión animada de Las Guerras de los Clones busca las taquillas
Por Sergio Raúl López
A estas alturas del siglo XXI, no se discute que George Lucas sea un genio. Lo que genera polémica es el género en el que su talento resulta extraordinario. Para la gran mayoría, claro que de fanáticos de La Guerra de las Galaxias, resulta un cineasta de excepción, un experimentado contador de historias, un adelantado constructor de efectos especiales, el creador del sistema de sonido que hallamos en casi todas las salas del mundo, en fin, el inventor del mundo de Darth Vader, Arturito y las espadas láser.
Para otros, más compenetrados con el complejo mundo de la industria del cine y de su penetración mundial o simplemente mucho más realistas, resulta un director más, eso sí con mu cha fortuna, pero saben que su genialidad se encuentra más bien en el mundo de las finanzas.
Simplemente en el ámbito de las taquillas, la popular serie con seis entregas de cintas de aventuras espaciales, bares y carreras de autos con seres estrafalarios y una familia muy influyente para el futuro del universo entero, los Skywalker, ha reunido alrededor del mundo la friolera de 4 mil 323 millones de dólares. Eso sin contar todos los demás productos. Es sabido que el verdadero negocio del cine, de las salas de proyección, no está en el precio del boleto, sino en las palomitas, los refrescos, el estacionamiento y los dulces. Y en el caso de la franquicia de Star Wars las ventas incluyen juguetes, mochilas, gorras, discos, libros, playeras, llaveros, videojuegos, lámparas de mano con un tubo rojo encima y una cantidad inimaginable de productos exóticos más, pues Lucas mantuvo para sí los derechos de explotación de todas esas cosas.
Ahora nos parecería una tontería, pero en 1977, cuando se estrenó la primera cinta, La Guerra de las Galaxias, ese negocio simplemente no existía. No pasaba de la venta de álbumes de estampitas o de chicles bomba con el nombre de la cinta. Y la productora, la 20th. Century Fox lo dejó ir. Pero entre los cazas que vuelan en el vacío del espacio tachonado de estrellas, los copilotos que rugen y tienen piel de peluche, y los guardias de armaduras blancas y pésima puntería, el negocio de las mercaderías de cine emergió con una fuerza impensable.
En resumidas cuentas, George Lucas consiguió, con esta sola película, levantar un imperio cinematográfico, lo que le dio absoluta independencia creativa y, más importante, lo volvió inmensamente rico. Y a la gente rica todos la respetan.
Por eso, ahora, parece una verdad irrefutable que las aventuras de Han Solo, Luke Skywalker y la princesa Leia se basaron en el perfecto manejo del arquetipo del héroe mitológico inspirado en las sesudas reflexiones del investigador estadounidense Joseph Campbell, autor de El héroe de las mil máscaras. Y que la serie de seis películas estaba perfectamente trazadas sobre un mundo ya planificado por el ahora millonario cineasta. Ah, y que así lo había planeado desde el principio.
En el principio fue el melodrama
Lo cierto es que el gran director estadounidense Irvin Kershner, encargado de dirigir la segunda cinta de la serie, El Imperio contraataca (1980) tras el apabullante éxito de la primera y la fatiga de un Lucas que no imaginó jamás la exigencia de encargarse de dirigir y producir la primera cinta. Él fue quien se inventó el asunto de que Darth Vader era en realidad Anakin Skywalker, padre de Luke y no su enemigo mortal. Ah, y que su hermana gemela era la princesa Leia Organa y no una bella mujer de la realeza de la que el campesino se enamoró por completo. Así se resolvió el triángulo amoroso planteado en la primera película y la comprometieron con el pirata espacial Han Solo. Todo en un planeta congelado y con un nuevo guía espiritual, Yoda, un muppet verde y orejón de Frank Oz. Todo para darle dramatismo telenovelero a la sencilla historia.
Ahí comenzaron las complicaciones. Porque Star Wars se volvió un negocio redondo que no puede abandonarse, pero que no fue pensado para durar más que una sola película de argumento sencillo. Una de buenos contra malos. Pero para la tercera, El retorno del Jedi (1983), ubicada en un planeta selvático rebosante de tiernos ositos guerreros, los Ewok, había que descongelar a Solo, evitar que Luke se convirtiera en otro Vader con una mano mecánica y resultó que el villano se redimió para salvar al hijo del despiadado Emperador. Y de pronto, el destino de todo el universo se concentraba en el solo apellido Skywalker –Caminacielos para la traducción española.
Para empeorar la situación, el paso de un milenio a otro y la revolución digital permitieron pensar en retomar la, para entonces, serie de tres cintas. Desde los años ochenta se rumoraba que George Lucas había escrito los argumentos de nueve películas, tres de las cuales ocurrían antes y el resto después de la entrega original. Pero esa no fue la realidad.
Hilvanando retazos
Lo que vimos en pantalla fue sólo la historia previa, es decir, quiénes son los padres de los gemelitos Skywalker. Y, complicando la fórmula original, Darth Vader es un niño esclavo del planeta desierto de Tatooine, lo mismo que Luke, pero con habilidades muy grandes. Ah, y cinco años menor que su esposa, otra princesa que ahora se llama Padme Amidala del planeta Naboo y usa unos peinados todavía más enredados que los de su hija Lea. Y vuelven a aparecer los entrañables robots R2-D2 y C3PO, exactamente los mismos que después, por mera casualidad y con un conveniente borrado de memoria, heredará sin querer su hijo.
El emperador Palpatine será joven y en vez de Darth Vader, sus cómplices tendrán cuernos y cara rojinegra, o cuerpo de Terminator sin carne y con capa. Las espadas láser, las naves y hasta la ropa serán mucho más complejas que las que se ven en las primeras películas, que transcurren 32 años después. Además, aparecerán personajes fantásticos con maquillaje digital –mucho más creíble que el de los primeros– pero igualmente ridículos. Y vemos la transformación de Anakin en Darth. De papá en villano con casco negro y respirador artificial.
De nuevo Lucas perjuró que con la serie de seis películas la cosa se acababa. Si bien aparecieron episodios de cinco minutos de Cartoon Network, advirtió que no volveríamos a ver espadazos láser en la pantalla grande. Y de nuevo mintió.
Justo por estos días se estrena La Guerra de los Clones (2008), una versión animada digitalmente en las que se narran las batallas entre la República Galáctica, resguardada por los caballeros Jedi y con un senado Interplanetario, y los planetas Separatistas que son manejados por el Conde Dooku, quien será el Emperador del Imperio Galáctico. De nuevo veremos en acción a Anakin Skywalker y a Obi-Wan Kenobi, y la aparición de Jabba The Hutt, esa masa gigante de grasa, quienes están inmersos en una trama de intrigas, investigaciones y batallas coloridas. Dirigida por Dave Filoni sobre un guión de Henry Gilroy, se sabe que este estreno de finales de agosto, será el inicio de una serie televisiva que arrancará en otoño de este mismo año del mismo tipo que la transmitida previamente. Y en ella escucharemos voces conocidas como las de Christopher Lee como el Conde Dooku, Samuel L. Jackson como Mace Windu, Anthony Daniels como C3PO, Matthew Wood como el General Grievous, aunque no escucharemos ni a Hayden Christensen como Anakin ni a Frank Oz como Yoda ni a Natalie Portman como Padmé Amidala. El sonido de las espadas láser chocando, los discursos místicos sobre la fuerza, las intrigas palaciegas y los chismes familiares, llenarán esta entrega. Pero podemos jurar, aún a costa de no creerle a un millonario, que más temprano que tarde, una nueva cinta volverá a aparecer. Quién sabe, quizás otra trilogía para completar las nueve que Lucas nunca escribió, pero que los fanáticos desean consumir más que cualquier otra cosa en el mundo.