La cultura, las artes y el cuarto de siglo de la invención del Conaculta
De los creadores subvencionados a la burocracia de elite
Por Sergio Raúl López
Aún tengo presente aquel anuncio grandilocuente, realizado en
alguna edición inicial del Festival Internacional de Música de Morelia. El
presidente del patronato y su director artístico declaraban, gozosos, que el
programa general de la edición siguiente rendiría homenaje al genial –y geniudo– sordo de Bonn, Ludwig van Beethoven.
Ante la emoción generalizada de los numerosos diletantes michoacanos ahí
reunidos, una jovencita pudiente, que colaboraba como voluntaria, preguntó
excitada, con la franqueza y la candidez propios de su inexperta edad:
–¿Y va a venir?
La anécdota no pasaría de ser un divertido yerro de no ser
por la exultante manera como en aquella ciudad, un grupo de notables
consideraba a la música de concierto. La tenían en tan alta fascinación y
estima que solían referirse a la ciudad como “la Salzburgo de América”. Como si
allí hubiera un festival tan importante como el que se organiza en la localidad
natal de Wolfgang Amadeus Mozart o hubiese centenares de compositores e
intérpretes como los que solían rondar las cortes de la Europa dieciochesca, y
no una provincia con orquestas medianas que vivía del melancólico recuerdo de
cuando, al término de la Segunda Guerra Mundial, el gran Miguel Bernal Jiménez
promovía una gran actividad musical, al grado de convencer a Romano Picutti, el
director de los Niños Cantores de Viena, para trabajar con los infantes
morelianos en el Conservatorio local.
El caso, aunque peculiar, no es único en un país como
México. A Xalapa, por ejemplo, se le bautizó en el espíritu romántico del siglo
xix, se le colgó el epíteto de la
“Atenas veracruzana”, cual si ahí brotaran las escuelas filosóficas y los
intelectuales intervinieran en la vida política y social, y no solamente por
ser la sede de la Universidad Veracruzana que agrupo a una cauda de escritores
como Sergio Pitol, Sergio Galindo, Luis Arturo Ramos o Juan Vicente Melo.
Recuerdo el caso de aquel otro comentarista musical, que al ocupar el
escritorio del director del Festival del Centro Histórico de la Ciudad de
México, además de modificarle el nombre, solía advertir que su propósito era
que su programación debía competir con la del Festival Internacional de
Edimburgo –uno de los más relevantes de toda Europa desde su fundación, en 1947.
Tal fijación por imitar la cultura de las grandes capitales
centroeuropeas –que no alcanzar sus estándares estéticos, ojalá así fuera–,
remite, sin duda, a las concepciones decimonónicas que caracterizaban como
culta o inculta a las personas de acuerdo a su acceso a su formación académica
y a los libros, misma ya era puesta en duda desde 1871 cuando el antropólogo
británico Edward Burnett Taylor abrió el concepto al conjunto de
“conocimientos, creencias, arte, leyes, moral, costumbres… adquiridos por el
hombre como miembro de una sociedad”, como cita el antropólogo Bolfy Cottom en
el ensayo Patrimonio cultural nacional:
El marco jurídico y conceptual en el número 4 de la revista Derecho y Cultura (Academia Mexicana
para el Derecho, la Educación y la Cultura A.C., Otoño, 2001, p. 81).
A tal punto permanece esta caduca idea clasista que divide a
cultos e incultos –no exenta de criterios colonialistas–, que dejó entreverse
durante los festejos por los 25 años del Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes –que suele abreviarse con el acrónimo Conaculta, si bien algunas
administraciones previas han decidido utilizar únicamente las siglas cnca–, primero en la reunión de fin de
año 2013, el 16 de diciembre en el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo –en la
que se destacaron las 540 actividades internacionales realizadas–, pero sobre
todo, en la gran ceremonia protocolaria encabezada por el presidente mexiquense
Enrique Peña Nieto, en el patio del Museo Nacional de Antropología, el viernes
17 de enero, entre danzones de concierto del compositor Arturo Márquez, con una
irregular interpretación de la Orquesta y Coro Movimiento Nacional de
Agrupaciones Musicales Comunitarias –ataviados, cada uno, con distintas
vestimentas vernáculas–, un audiovisual conmemorativo y varios.
No hay mejor resumen de lo ocurrido que la frase que el
reportero de Canal Once, Miguel de la Cruz, escribió en su cuenta de Facebook:
“Toda persona vigente
en el ámbito artístico y cultural de México, hoy está en el patio central del
Museo Nacional de Antropología”. Una larga cadena de críticas siguieron
al infortunado comentario, hasta que el crítico musical Lázaro Azar puso fin a
los dimes y diretes: “Pues los que no fueron invitados... ¡por liosos habrá
sido!”.
¿Hemos llegado a un grado tal en el que resultar visible
para los administradores de los recursos públicos ejercidos por el Estado
mexicano para la cultura es un requisito para ser artista, intelectual o
miembro de la comunidad cultural? ¿Es la entidad rectora desde el gobierno el
nuevo patrono de las artes? ¿Ser favorecido por la burocracia cultural es la
nueva forma de visibilizarse como creador en México? ¿De qué se habla cuando se
habla de cultura? ¿Cómo evitar el elitismo cuando se habla de alta y baja
cultura, de cultos e incultos?
El arte según los
artistas
“Depende del hablante, claro está. Antropólogos y sociólogos
usan la palabra para referirse al conjunto total de las particulares costumbres
sociales de un núcleo humano, algunas de las cuales se reflejan en sus diversas
artes. El ciudadano lego confunde las palabras cultura y arte. Lo que no
se puede soslayar es que, en la medida en que las diferentes sociedades van
transformando sus hábitos culturales, transforman su artes”, explica, desde Sao
Paulo, Brasil, el artista multidisciplinario Felipe Ehrenberg.
Sobre este mismo respecto, es que el poeta, ensayista y
editor José María Espinasa ofrece su perspectiva: “En la situación de un país
como México, en donde el valor que se da a la cultura es fundamentalmente
retórico, que el Estado invierta dinero en ella es natural, dado que a la
iniciativa privada o bien se desentiende de promoverla o bien la utiliza para
pagar menos impuestos y emplear en su fundaciones a quienes no encuentran lugar
en sus empresas. Y esa inversión del Estado es necesaria y obligatoria, pues a
pesar de las frases vacías la cultura sí sigue siendo un factor de salud
social.
“Los distintos niveles en que se manifiesta la cultura
–concepto vago pero que, sin embargo, designa algo que todos entendemos– suelen
carecer de un mercado, de un público, de una economía, de un consumo, palabras
que designan problemas similares pero equivalentes no idénticos. Por ejemplo:
México es un país en donde no se lee, por lo que las editoriales están en
perpetua crisis financiera, y el Estado las ayuda, a veces con mucho dinero,
pero no siempre bien empleado, entre otras cosas porque no se apuesta por crear
lectores. Este ejemplo se replica con sus diferencias en el cine –producimos
películas que nadie ve–, teatro, música, etcétera”, añade el fundador y
director de Ediciones Sin Nombre.
Al respecto, el director y
guionista Víctor Ugalde opina que “se habla de la transformación de la
naturaleza a través del paso de la inteligencia humana. Generalmente, se le
confunde con la belleza de las artes. En realidad cultura es todo producto
humano”.
Claro, que cuando se discute lo
cultural y lo artístico, la cultura alta y la popular, al menos en materia de
cinematografía, en la última década los apoyos se han democratizado los apoyos,
con el consiguiente resultado de una expresión plural, prosigue Ugalde. Pero
también advierte que, sin embargo, que se están produciendo dos expresiones
casi siempre excluyentes entre sí: “La expresión de filmes para festivales,
para las academias, para públicos educados y con gustos de expresión más
exigentes y rebuscados, que en realidad son minorías en el consumo masivo, ya
que son reflejo de la educación nacional de elite. En el contra campo está el
gran público, el que asiste a las salas de cine a suplir sus carencias emotivas
de la vida real buscando la catarsis a través del consumo. Reflejo fiel del
sistema educativo popular fallido, son los grandes consumidores, es el público
sencillo que sólo desea que se le cuenten otras historias que le permitan
sentir adrenalina y que, al tiempo que se enteran de otras vidas y búsquedas,
eluden sus vidas vacías y sin sentido”.
Y concluye: “Ni todos los filmes
para la alta cultura de lenguaje rebuscado son arte, ni todos los productos de
consumo masivo son malos o inocuos. En realidad, el público y el tiempo coloca
en su lugar a cada uno”.
Cuando se habla de cultura sí hay elitismo y, de alguna
manera, resulta necesario, advierte, de entrada, el poeta y periodista Roberto
López Moreno. Claro que no se refiere a un elitismo “por cuanto a lo que accede
a los medios, sino en relación al trabajo con los altos valores del espíritu se
hace”.
“Si nos quedamos con la definición
del diccionario de que la cultura es la resultante de la acción de cultivar,
resultará que toda respuesta que demos al medio ambiente o a los estadios
sociales es cultura, definiciones de los modos y formas de lo masivo. Pero
cuando esa acumulación de experiencias humanas se resuelven en las
puntualizaciones de las ciencias y las artes y su consecuente desarrollo,
entonces, el físico, el matemático, el poeta, necesariamente se desprenden de
lo masivo y agudizan una cualidad. Las especializaciones son elitistas. El
asunto es en qué sentido, a favor de qué necesidades sociales vamos a poner a
funcionar tal elitismo.
“Lo cultural y lo artístico –desde
mi punto de vista, dice López Moreno– son o deben ser especializaciones en el
conocimiento o la belleza que promuevan la sensibilidad y la evolución del ser
social. En el caso particular del arte, no es éste una enseñanza, sino una suma
de los tiempos del hombre que impulsa e inspira por medio de la emoción. El
artista es el elitista de facto, su
público es el elitista deseable. En las sociedades no desarrolladas, el artista
también es el elitista de ese episodio; es cuando su poesía, sus imágenes, su
música curan y no sólo las almas, también los cuerpos y las partes dañadas de
la naturaleza, es el hacer llover dirigiendo la danza, el que hace que florezca
la cosecha.
“Si seguimos a Eduard B. Taylor,
todas las formaciones humanas han pasado por esos procesos”, remata el chiapaneco,
autor de Yo se lo dije al presidente y
de Décimas lezámicas.
Ninguna creación artística tiene, de origen, propósito
alguno elitista, afirma enfático, por su parte, el director orquestal y
compositor Sergio Cárdenas. Y explica: “Si bien es cierto que en no pocas
ocasiones se ha abusado del poder seductor y comunicativo del arte, no es el
elitismo lo que constituye una de sus características sociales. En los albores
del siglo xx, Rilke planteó en su
soneto Torso Arcaico de Apolo, la
esencia de la manifestación artística: no es tanto el que uno como espectador o
receptor del arte asuma una pasividad total ante su encuentro, sino que en el
proceso mismo de contemplarlo (visual, sensual o auditivamente), es el arte el
que nos observa, el que nos mira y nos arenga: ‘Debes cambiar tu vida’.
“Apunta Rilke a una de las cualidades esenciales de lo
artístico: su transformante poder comunicativo, que impacta por fuerza de su
belleza, de su congruencia interna, de la economía de sus medios expresivos, de
la intensidad con la que enuncia su contenido.
“Nada de esto puede ser, en sí mismo, elitista. Cierto es
que con no poca frecuencia la desinformación, el desconocimiento, la indolencia
e incluso la manipulación educativa, abonan a la dificultad de apreciar lo
artístico y de hacerlo de manera gozosa, desprejuiciada, abierta. Se agrega a
ello la imposición que llevan a cabo supuestas autoridades culturales que ni siquiera han entendido la encomienda
que tienen en tanto que responsables del quehacer artístico y cultural, pues se
escudan en el rating barato e
irresponsable que abona a la distracción y el entretenimiento ante el pavor de
que el individuo pueda salirse de su
control al crecer interiormente y, por ende, cambiar su vida tras la
vivencia artística. Con demasiada frecuencia he escuchado peticiones de
alcaldes, directivos de festivales y similares, insistiendo en que los
conciertos que les ofrezca incluyan sólo ‘obras facilitas’, de esas que ‘la
gente puede comprender’: con peticiones de este talante, esos idiotas no sólo
proyectan su mediocridad sino que intentan a la vez imponerla a sus
comunidades. Mozart seduce en cualquier parte del mundo no porque sea parte de
un arma del imperialismo cultural
centroeuropeo, sino por la tremenda honestidad humanista con la que su música
hermosa y cautivadora nos escudriña, con la que hurga en nuestras entrañas
emocionales, con la que nos brinda un atisbo de paradisíaca eternidad.
“Las artes, que son la sustancia misma de lo cultural, son
verdaderas armas para la vida. No es fortuito el hecho de que la raíz
etimológica de arte sea la misma que
de arma: ya los antiguos romanos
introdujeron ese concepto en el que el arte, por lo ya mencionado, se yergue
como arma interior, emocional, creativa, energética para continuar avanzando en
el devenir cotidiano hasta que uno se confirme como ser humano pleno, sensible,
responsable, generoso y solidario”, concluye el ex director de las orquestas
Sinfónica Nacional y Filarmónica de Querétaro.
El Consejo, la
Cultura y las Artes
Recién iniciado su controversial sexenio, el presidente
Carlos Salinas de Gortari firmó un decreto, el siete de diciembre de 1988,
mediante el cual creaba el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes como un
órgano administrativo desconcentrado de la Secretaría de Educación Pública (sep), que ejercería las atribuciones de
promoción y difusión de la cultura y las artes, además que concentraría y
coordinaría las entidades, dependencias y recursos que solían estar asignados a
la Subsecretaría de Cultura.
Aparejado a su creación, se fundaron diversos “instrumentos
y mecanismos” como los aparatos para otorgar subvenciones y becas artísticas:
el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) y el Sistema Nacional de
Creadores de Arte (snca), así como
el complejo de edificios para la educación y el desarrollo artístico nacional
bautizados como Centro Nacional de las Artes (Cenart o cna); la emisora especializada en la comunicación y la
difusión cultural, Canal 22; así como el Fondo Nacional Arqueológico, para el
impulso de proyectos de gran magnitud en el patrimonio cultural.
Aunque el Conaculta carecía de personalidad jurídica
apropiada, absorbió a diez entidades públicas que formaban –y forman– parte de
la estructura básica de la administración cultural del país. Entre ellas, dos
instituciones claves para entender el desarrollo cultural del Estado mexicano
posrevolucionario: el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), creado el 3 de febrero de 1939
cuando se expidió su Ley Orgánica mediante decreto constitucional y el
Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (inbal), creado el 30 de diciembre de 1946, también al
emitirse su respectiva Ley Orgánica –a las que se añaden el Instituto Mexicano
de Cinematografía, Canal 22, Estudios Churubusco, la Cineteca Nacional, el
Centro de Capacitación Cinematográfica, el Centro Cultural Tijuana, Radio
Educación y la distribuidora editorial Educal.
La medida ha ocasionado no pocas controversias. Un punto en
discusión en torno a esta relación, es que: “…se plantea el problema de una
incertidumbre jurídica o, peor
aún, como una aberración jurídica en el sentido de que el Conaculta no es un
consejo y como órgano desconcentrado de la sep,
está jurídicamente por encima de estos dos institutos que son órganos
descentralizados; pienso que lo que se da son acciones de ilegalidad, pues
jurídicamente… no puede estar
jerárquicamente por encima de un órgano descentralizado”, indica Bolfy Cottom
en el citado ensayo Patrimonio cultural
nacional: El marco jurídico y conceptual (p.104).
El fundador del Conaculta, el abogado, fotógrafo y
politólogo Víctor Flores Olea, fue el primer Presidente de la institución pero
no resistió el sexenio pues fue destituido en marzo de 1992, luego que el poeta
Octavio Paz se indignara por no ser invitado al Coloquio de Invierno,
organizado por el grupo rival de la revista Nexos.
En su reemplazo fue nombrado el Coordinador de Asuntos Jurídicos de la
institución, Rafael Tovar y de Teresa –marido de Carmen Beatriz, la hija del ex
presidente José López Portillo–, no sólo se mantendría como presidente del Consejo
el resto del sexenio salinista, sino que sería ratificado en la encomienda por
el último presidente prisita –una cadena que abarcó la friolera de siete
décadas–, Ernesto Zedillo Ponce de León.
Durante la primera década de su gestión, según las propias
palabras de Tovar y de Teresa, el Conaculta primero se “consagró a establecer
los principios y las bases de esa amplia etapa de renovación de los conceptos,
formas y medios de impulsar el desarrollo cultural en nuestro país. A partir de
1995, iniciaría la consolidación y profundización de estos cambios y
propuestas”, como lo escribe en el Tomo I de la Memoria 1995-2000. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta,
2000).
En lo que se pretendió llamar transición democrática, pero que en realidad sólo significó la
llegada al poder de un mandatario emanado de las filas del Partido Acción
Nacional (pan) y la primera
derrota en las elecciones federales presidenciales del pri –sin cambios de fondo en el viciado aparato del poder–,
trajo como presidente al empresario Vicente Fox y como titular del organismo a
una amiga de su esposa, Marta Sahagún, la conductora televisiva Sara “Sari”
Bermúdez, cuyo programa de trabajo utilizaba conceptos como el de “la
ciudadanización de las políticas culturales”, que implicaba que la sociedad
civil y los tres niveles de gobierno, compartieran la responsabilidad de la
gestión cultural, así como la descentralización administrativa –que implicó
réplicas estatales del modelo del Centro Nacional de las Artes–, tal y como lo presentó
en su Programa Nacional de Cultura
2001-2006 (Conaculta, 2006), parte del Programa Nacional de Desarrollo
2001-2006.
Y para el segundo sexenio panista, militarizado y
ensangrentado por la administración de Felipe Calderón, el sector de la cultura
fue encargado a un cuadro de la administración de Tovar y de Teresa, el crítico
musical Sergio Vela –que coincidió con Calderón durante sus estudios en la
Escuela Libre de Derecho, donde trabaron amistad–, quien hubo también de
renunciar en marzo de 2009, pues se develaron algunos escándalos –principalmente
sus costosos viajes aéreos en primera clase– y las constantes renuncias de sus
funcionarios. Fue sustituido por Consuelo Sáizar, que había sido gerente de Editorial
Jus y fundadora de Hoja Casa Editorial y que, a la sazón, era la directora
transexenal del Fondo de Cultura Económica –llegó en el 2000, pero un decreto
de Fox le daba cuatro años más de vida en la encomienda, hasta el 2010. La realidad es que en el par de
sexenios panistas, se mantuvieron mano de muchos de los funcionarios que provenían
de las etapas priistas del Conaculta, por lo que era de esperarse que muchas de
las renovaciones y limpias prometidas jamás llegaran a ocurrir.
Las elecciones de 2012 significaron no sólo la vuelta del
Partido Revolucionario Institucional (pri),
gracias al impulso que el mexiquense Enrique Peña Nieto recibió de los medios
masivos –entre una ingente cantidad de otras triquiñuelas–, sino del propio
Rafael Tovar y de Teresa como presidente del Conaculta lo que significa no sólo
un retorno al pasado –un respetado crítico cinematográfico lo titula Volver al futuro, tal como la cinta de
1985, de Robert Zemeckis–, sino la simple permanencia de buena parte de la
burocracia cultural estatal de las décadas recientes.
Baste decir que Rafael Tovar ha ocupado la presidencia del
Conaculta 10 de los 25 años de la institución –40% de su existencia–, sino que de
concluir su periodo sexenal, como cabe esperar, habrá permanecido 15 años de
los 30 que cumplirá para entonces el organismo descentralizado –¡50% como
máxima autoridad cultural del país!–, es decir, que será la figura que
mayoritariamente habrá administrado los presupuestos y influenciado las
políticas generales mexicanas en materia cultural de las últimas tres décadas.
Nadie como él para conocer los vericuetos del ejercicio del
poder cultural en México. Menos aún, para delinear al Conaculta durante los
festejos por sus 25 años de existencia. Justo en la citada ceremonia en el Museo
Nacional de Antropología, Tovar y de Teresa manifestaba que el nacimiento del
organismo “expresa la nueva conciencia que después de la noción de cultura
nacional que partió en el siglo xx de
la diversidad en busca de la unidad, nos proponía, ya cerca del xxi, entender a México como unidad en la
diversidad.
“Fue la respuesta a una pregunta capital: Cómo asumir
nuestra diversidad. Trajo consigo una redefinición profunda del papel del
Estado en la vida cultural del país, reflejada en una nueva relación entre el
Estado y los intelectuales y artistas”.
Pero la definición de la política cultural federal en
términos de cultura para este sexenio, correspondería a únicamente Peña Nieto,
quien reveló, en su discurso, las cinco metas nacionales que serán los ejes del
Programa Especial de Cultura y Arte:
1) Hacer de la cultura un medio para la cohesión, la
inclusión y la prevención social de la violencia (Programa Cultura para la
Armonía con un plan piloto en 25 entidades, comenzando por Michoacán);
2) La vinculación de los trabajos que lleva a cabo
Conaculta, de proteger el patrimonio cultural del país, con una infraestructura
digna y accesible a todos, para promover así un México incluyente;
3) Propiciar el acceso universal a la cultura, sus bienes y
servicios para contribuir a la educación y la formación integral de las
personas hacia un México, con educación de calidad.
4) Movilizar los recursos culturales y estimular la
capacidad creativa para incrementar el potencial económico de la cultura, y de
las industrias creativas en la consolidación del México próspero.
5) Aumentar el turismo cultural y proyectar a México en el
mundo.
Pocas novedades pero, sobre todo, muchas reiteraciones,
buenos deseos y esperanzas en que la política cultural, ejercida desde su parte
burocrática y presupuestal, basta para mejorar el bienestar de la sociedad
mexicana. Casi por acto de magia. Y para ejemplificarlo, bastan dos ejemplos.
La semana siguiente, el martes 21 de enero, el Conaculta
habría de presentar la Cuenta Satélite de Cultura 2008-2011, desarrollada junto
con en Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi), de la que se desprenden que la participación
económica del sector de la cultura en el Producto Interno Bruto nacional
promedió 2.7% en dicho cuatrienio –excepto 2009, cuando subió a 2.8%–, si bien
con montos en aumento constante que van de los 320 mil 478 millones de pesos
registrados en el 2008, a los 379 mil 907 millones del 2011.
Para estas mediciones el sector económico de la cultura fue
definido como el conjunto de productos y actividades sociales basadas en
aspectos creativos y de carácter simbólico para transformarse en bienes y
servicios. En este tenor, los puestos de trabajo ocupados remunerados en el
sector cultural en el 2011, fue de 778 mil 958, el 1.9% del total nacional, que
fue de 41 millones 83 mil 618.
Curiosamente, la unesco,
en el estudio El impacto de las
industrias creativas de las Américas, patrocinado por el Banco
Interamericano de Desarrollo, asegura que la aportación al pib en México resulta aún mayor, pues
alcanza el 4.77% y el porcentaje de empleos llega al 11.01%.
Otra noticia triunfal reciente, dada a conocer el 10 de
febrero, fue que el inah registró,
en el 2013, la cifra más alta de visitantes en sus 75 años de historia, con 21 millones 67 mil 704 personas –9 millones 186 mil
988 a museos y 11 millones 880 mil 716 a zonas arqueológicas.
¿Cómo hemos de concebir estas
cifras y resultados? ¿Ha sido, en verdad, la política cultural instaurada por
una cuasi secretaría de Estado hace un cuarto de siglo, la panacea para un país
con tan grandes problemas educativos y hasta cívicos? ¿Habrá opciones que no se
han explorado? ¿Basta con que las instituciones muestren números grandes en
torno a la población beneficiada como
suelen hacer?
El Estado según los
artistas
El Estado tiene como
encomiendas principales la tarea de velar por el desarrollo integral de
la sociedad en un contexto de seguridad y paz, recuerda el director de origen
tamaulipeco Sergio Cárdenas. Pero también asegura que la sociedad es corresponsable
de este quehacer. Así lo define: “En este contexto, el Estado debe incidir ahí
donde se han generado desbalances que atenten contra el desarrollo integral de
la sociedad. Por razones de irresponsabilidad, ignorancia, insensibilidad, y
otras linduras, algunos
seudoeconomistas apoyan propuestas para que los gobiernos se desentiendan cada
vez más de sus responsabilidades para con lo artístico y lo cultural, más con
lo primero que con lo segundo. Argumentan: ‘quien quiera arte, que lo pague de
su bolsa’. Es, desde luego, un seudoargumento, pues todos pagamos impuestos, de
manera directa o indirecta, de donde incluso salen los emolumentos para esos
mismo funcionarios. Nada hay de error
en el cumplimiento de las encomiendas del Estado cuando se aboca a apoyar la
creatividad artística. Sí la hay cuando ese apoyo es sólo una máscara y un
chantaje –que compra las conciencias de los artistas– que se agota en la
creación que no cierra el círculo de la comunicación. De similar manera
considero una aplicación equivocada de la encomienda del Estado cuando exige al
artista que su creación se ajuste
a tal o cual criterio dizque estético o incluso político, por fuerza del
populismo político. El Papa Julio ii
establece el concepto del artista-autor cuando obliga a Michelangelo a pintar
las paredes de la Capilla Sixtina; lo eligió porque quería al mejor artista de
su época para llevar a cabo tan monumental tarea. Pero en ningún momento le
impuso criterio estético o teológico alguno: respetó la entereza y autonomía
artística de ese gigante cuya aportación en la Capilla Sixtina continúa vigente
con fuerza y arrobamiento”.
Existe, ciertamente, un elitismo
burocrático que impone un arte feo,
“corriente a más no poder, desenraizador porque ese es su negocio, y contrario
absoluto a la sensibilidad popular”, explica, por su parte, el chiapaneco López
Moreno, quien suele ser conocido con el sobrenombre de “El rayo del sureste”. Y
prosigue: “El
artista es libertad y nadie puede atentar contra ella. El que se deja comprar
simplemente no es artista, es un comerciante cualquiera. De ahí las diferencias
entre los actos estéticos y humanistas de los Revueltas, por ejemplo, y muchos
otros de su tiempo, con cultura y habilidades pero desconectados de la
historia, es decir, con ligas con el poder pero con total desapego de las
realidades de las que surgió, carne y pensamiento. Ahí es donde caben los
subvencionados.
En el sexenio de Carlos Salinas de
Gortari, prosigue el impulsor del poemuralismo: “presenciamos la escandalosa
compra-venta de los artistas e intelectuales que en ese momento dejaron de
serlo –he de confesar que no me han conmovido ni en el mayor mínimo las muertes
de Monsiváis, Fuentes, Pacheco; la de Octavio Paz sí me conmueve porque no es
lo mismo ser el gran capitán de las derechas que el deshonrante servicio de los
ujieres. Vivimos una situación difícil en extremo, el planeta cayéndose a
pedazos y la economía enloquecida
rebotando por todo el orbe, convirtiendo a los pobres en más pobres si más se
puede o, de plano, diluyéndolos en la nada. El capitalismo es una bestia voraz
que destruye todo lo que encuentra a su paso, y así seguirá hasta terminar
devorándose a sí misma. Lástima que para ese entonces no habrá ya planeta para
que dé testimonio de ello.
Se abre, entonces, una reflexión en
la que es necesario detenerse, insiste el autor de Verbario de varia hoguera y de Sinfonía
de los salmos: “Vivimos dentro de un sistema capitalista, aunque el
mexicano sea un capitalismo chatarra.
El artista y todo lo que aquí se mueva tendrá una relación necesaria con el
sistema cavernario y como en la conocida sentencia bíblica no habrá hoja que se
mueva sin la orden de su índice avasallador. Pero sí la habrá. Pero sí la hay.
“En la pregunta se habla de un cuarto de
siglo de “artistas” subvencionados y se ennumeran como factores a su favor
becas, coinversiones y aunque no se mencionan habrá que considerar múltiples
dádivas más, como reconocimientos nacionales e internacionales, ser inquilinos
permanentes en los grandes medios de difusión y aparecer como personajes
necesarios en antologías fraudulentas, además de ser ganadores de concursos
arreglados, como muchos sospechan desde hace mucho tiempo.
“El Estado tiene la obligación de
promover el desarrollo de las ciencias y las artes. No cumple con ello. Quizá
lo que aquí suceda es que el verdadero artista, por inútiles pudores, no ha
obligado a ese Estado a que cumpla con su obligación y le ha permitido que siga
protegiendo a su cohorte de mimados mediocres. El artista debe ocupar –pienso-
los espacios que han venido usurpando los incondicionales. Hace poco se suicidó
el poeta Marco Fonz, un crítico permanente de los favoritismos y las
desvergüenzas que aquí se señalan. Le cerraron todos los caminos, le aplicaron
una de sus armas favoritas, el ninguneo, lo dejaron sin oxígeno, le cercaron
los espacios hasta que finalmente llegó la muerte. Me pregunto, ¿a eso no se le
podría llamar asesinato?
“Retomo, el Estado debe aportar,
sin privilegios, lo necesario para que el artista mexicano realice sus obras.
Una película, sólo se puede hacer con las aportaciones del Estado de la
Iniciativa Privada, que por lo regular detesta el arte. Una obra de teatro
igual. Pero nunca hay presupuesto ni siquiera para un folletito de algún
artista independiente. No se les está pidiendo nada, se les está exigiendo que
bien inviertan lo del pueblo para el pueblo. Esos rubros del Estado son
obligatorios: ¿Artistas becados? Sí, y que sean muchos y que sean los
verdaderos artistas independientes, ¿Apoyos económicos a creadores? Sí, y
también que sean muchos, para con su presencia ir creando un sano sector de
receptoría. Hay que obligar al Estado a que cumpla con su obligación cultural y
no que la agreda con su sistema de protegidos. Hay que arrancar las becas a los
que tradicionalmente –por lo menos desde hace 24 años– han medrado con ellas, a
los amamantados con la agria leche del desdoro.
“Hay que hacer que la cultura se
convierta realmente en un bien social. Si es cierto lo que afirmó Franz Boas de
que la cultura no se rige por leyes universales como lo afirmaba Taylor,
entonces particularicemos, pero pronto porque se nos está haciendo tarde.
Tenemos como país una realidad que urge transformar, transformémosla
transformándonos en beneficiarios culturales en contraposición con
el padrotismo cultural que des hace 24 años se ha reído de los artistas y de la
sociedad. Urge ocupar los espacios usurpados. Entre más se participe más se les
orilla a que sus manos delincan. Hay que participar en todas la convocatorias
para que más se manchen.
Hay que apostar por crear público, responde Espinasa,
coordinador de producción editorial de El Colegio de México. Y añade que eso
sólo se consigue si se está atento a lo que surge de la propia sociedad y de su
vocación específica en la cultura. “Apoyar el surgimiento de teatros y de grupos
independientes, de editoriales y librerías, de talleres y galerías, pero en
muchas ocasiones esta labor se encuentra con que la soluciones exceden la
atribución del Conaculta, como en el caso del cine en lo que respecta al tiempo
de pantalla para las producciones mexicanas y las medidas que se tomen afectan
intereses comerciales, económicos e incluso hacendarios (como ocurrió con los
regímenes de apoyo al libro y al cine, y particularmente con la ley del libro).
“Se debe apoyar la autogestión de los grupos y las
iniciativas civiles, facilitar su desarrollo sin intervenir en su evolución. No
apostar por el relumbrón sino por la base misma del edificio cultural. Evitar
aplicar una política sexenal –todo lo anterior no sirve– y evaluar las
necesidades de cada contexto y geografía como una manera de combatir el
centralismo”.
En neólogo Ehrenberg, director de Relaciones Internacionales
en Televisión América Latina (tal),
también advierte: “Toda y cualquier aceptación
por parte de una institución pública le otorga validad a quien la haya
solicitado. En todo y cualquier caso, los apoyos otorgados responden a los
intereses y las agendas de los otorgantes, más que a los de los solicitantes.
Así, toda coinversión le servirá más al inversionista que al beneficiado. En el
México nebuloso y discrecional, se complican las relaciones: los funcionarios
en turno ignoran o prefieren olvidar la diferencia que separa al mecenazgo,
privilegio de la iniciativa privada, y el apoyo al desarrollo, obligación del
Estado. Como consecuencia, al comportarse como mecenas, los funcionarios en
turno se asumen como defensores de intereses privados. La tragedia estriba en
que la ciudadanía, empezando por los propios creadores, también ignora esta
diferencia.
“A mi ver, la única salida de este laberinto depende de
los propios creadores y de nadie más. Hay cada vez más creadores que
distribuyen su creatividad al margen de los mercados y en contacto directo con
su público. Creo ser un buen ejemplo de esto...”, remata el ex agregado
cultural de México en Brasil.
La expresión cinematográfica resulta muy cara, por lo
que, en el caso de este ámbito, la subvención es una forma de impulsar
carreras, ataja Víctor Ugalde. El presidente de la Sociedad de Directores de
Cine y Medios Audiovisuales asegura que gracias a la política de apoyos puede
buscarse hacerlo debidamente y no con las carencias del cine independiente. “El
resultado será una expresión más estilizada. Se cubrirá perfectamente lo
técnico y será lo que cuenta y como lo que lo validara ante sus públicos”.
Cuando
la decisión de a quién proporcionar las subvenciones se realiza de manera colegiada,
los jurados tratan de impulsar y seleccionar expresiones de acuerdo a lo que le
gusta y atrapa. De ahí la importancia de la selección para conformar los
jurados, alerta el guionista de México/¿Nos
traicionará el presidente? (1987). “En términos generales se podría
concluir que la subvención no es una forma de validación para el cine.
Actualmente hay un número considerable de apoyos a la expresión fílmica. Supuestamente
se seleccionan proyectos para todos los gustos, pero 30% de las producciones no
reciben apoyo alguno. Como las apuestas fílmicas se seleccionan a través de los
guiones, no hay garantía de calidad ni de resultados, son sueños posibles. Y muchos
artistas realizan su carrera de forma independiente.
“El
cine siempre ha sido de alto consumo y esto no ha sacrificado su valor estético
y simbólico. Más bien lo ha perfeccionado. En las últimas décadas se han
separado más claramente las tendencias del cine de entretenimiento puro y el de
análisis crítico, de experimentación y de autor, en ambos se da el cine logrado
y el fallido, hay grandes expresiones artísticas y estéticas, de acuerdo a lo
que quieren contar. Las burocracias pueden impulsar la expresión plural pero
sólo cuando saben impulsarla, cuando sólo ven sus puestos como vehículos de
promoción y enriquecimiento, la detienen”, finaliza.