22.7.06

Las alas aceradas de la justicia (según el imperio)

Supermán, el fantasioso icono de la democracia estadounidense Por Sergio Raúl López En el siglo de las dos grandes guerras mundiales y del progreso tecnológico como la única fe tangible, los héroes resultaron insuficientes, simples individuos que lograban imponerse a sus precarias condiciones, seres frágiles y limitados, encaminados a la muerte, vista como el fracaso final. El entusiasmo de las grandes masas, tan acostumbradas a las hazañas deportivas, aéreas o científicas, debía recaer en alguien que trascendiera la condición humana. En fantasías inexistentes, falsas sí, pero invencibles y fascinantes. Habían nacido los superhéroes. Esos tipos cuyos músculos vencían el empuje de un tren, cuya vista rebasaba los límites de los telescopios, cuyas mentes lograban dominar el átomo en cuestión de minutos, vista de rayos X, bíceps tan potentes como los pistones de una máquina y una velocidad con la que ningún cohete pudiese competir. Y específicamente fueron las características del superhéroe más popular de la historia. Sin importar que estuviera enfundados en mallas ajustadas color azul claro, con una capita roja colgada al hombro, mismo color que el de sus botas de cirquero y sus calzones –que por cierto usa por encima de la malla– y cuya vida personal es materia de estudio, análisis y fanatismo en todo el mundo, pero especialmente en los Estados Unidos. Exacto, nos referimos a Superman, el Hombre de Acero. Y aunque la historia oficial nos dice que es un extraterrestre de nombre Kal-El nacido en el planeta Kriptón –que estalló y del que escapó en un pequeño cohete espacial– la realidad es que apareció en junio de 1938 como el personaje central en el número inaugural de la revista Action Comics editada por la compañía National Comics (y que hoy en día todos conocemos como DC Comics, una de las editoriales de historietas más grandes del mundo), fruto de la afiebrada mente de un escritor de Ohio, Jerry Siegel y de los trazos de un dibujante de Toronto, Joe Shuster. El argumento era bastante simple: el cambio de planeta le sentó tan bien al infante, similar en todo a los terrícolas, excepto por los poderes especiales referidos líneas arriba. Por ejemplo, sus piernas le daban tal impulso que podía brincar un rascacielos sin demasiado esfuerzo –en efecto, todavía no volaba. Pero decidió mantener todo eso en secreto, así que adoptó una personalidad doble –bipolar, le llaman los psiquiatras–: en su vida cotidiana era un tímido reportero de traje de tres piezas y gafas de gruesa pasta de nombre Clark Kent, y cuando la emergencia así lo ameritaba, usaba el traje de superhéroe. Ah, y lo más importante, decidió usar sus superpoderes para el bien, es decir, para proteger a los demás. Tanto éxito tuvo la historieta que pronto otros superhéroes comenzaron a surgir para probarse parte de ese éxito. Tal es el caso del murciélago Batman, nacido en 1939. Para un país recién salido de la Gran Depresión Económica de 1929 y para el que la Segunda Guerra Mundial todavía no significaba convertirse en la primera gran potencia del mundo, la invencibilidad de Supermán era una promesa de futuro, el sueño por convertirse en el gran imperio que pronto serían, en una era atómica que pronto llegaría. No es gratuito que el Hombre de Acero porte en su uniforme los colores de la bandera de los Estados Unidos, antes incluso que el Capitán América –aparecido en 1940– portara las barras y las estrellas. Sobre todo porque al salvaguardar la libertad, la riqueza y la democracia, defendía los valores individuales que comprende la identidad nacional de ese país. Y eso lo convirtió en el primer superhéroe creado para preservar el patriotismo y la identidad de su propio país. El American Way of Life. Y el experimento funcionó. El éxito rotundo de las páginas coloreadas en historietas fue atraído primero por la radio en los años cuarenta y luego por la televisión y el cine. Su primera aparición en la pantalla, fue la serie animada Superman (1941) de Dave Fleischer, quien cobró a la Paramount 100 mil dólares por corto, lo que superó los presupuestos más elevados de Walt Disney, y que todavía hoy resulta la más cara de la historia. Sin embargo, es una joya. En ella, el superhéroe aprende a volar –antes sólo saltaba– y enfrenta ya no a delincuentes comunes, sino a un villano espectacular, un científico loco que rapta a su querida Luisa Lane y amenaza con destruir Metrópolis con un “cañón de energía”. Ah, y nos ofreció la inmortal frase de inicio: “Más rápido que una bala. Más fuerte que un tren. Capaz de saltar edificios de un impulso. ¡Mira en el cielo! Es un pájaro. Es un avión. ¡Es Supermán!... lucha una eterna batalla por la Verdad, la Justicia y el American Way”. En los años cincuenta, existió una serie televisiva muy al estilo de las de crímenes y justicia, en la que el fortachón George Reeves encarnó al héroe del rizo suelto en la frente, titulado Las aventuras de Supermán (Adventures of Superman) donde enfrentaba a gangsters empistolados y ayudaba a la policía. Y luego, una larga lista de series de dibujos animados para la televisión. Hasta que en 1978 el experimentado Richard Donner realizó una espectacular superproducción cinematográfica en la que reunió a Marlon Brando como Jor-El, padre del héroe en Krypton; Gene Hackman como el malévolo genio Lex Luthor; Glenn Ford como el granjero Jonathan Kent, padre adoptivo de Clark Kent; Jackie Cooper como Pery White, director del diario El Planeta; Margot Kidder como Luisa Lane, y un actor desconocido y enorme –de 1.93 metros–, Christopher Reeve, como el Hombre de Acero para la taquillera Superman (1978). Fue tal el éxito de la serie, en la que los efectos especiales eran al fin creíbles, que permitió filmar tres películas más, que a decir verdad resultaron progresivamente peores: Superman II (1980)de Richard Lester y Richard Donner; Superman III (1983) de Richard Lester, y Superman IV: La búsqueda de la paz (1987) de Sidney J. Furie, creaciones variopintas que incluyeron desde presidiarios de Krypton con superpoderes, hombres nucleares, los chistes del comediante Richard Pryor, a Supermán sin superpoderes y hasta al Presidente de los Estados Unidos. La colección fue relanzada en DVD hace unos meses, por cierto. Desde entonces la gran pantalla olvidó al Hombre de Acero. Sólo un par de series de televisión muy telenovelescas han retomado al héroe, pero más en las tribulaciones de un joven Clark Kent que en las escenas de acción de Supermán. Me refiero a Luisa y Clark (Louise & Clark: The New Adventures of Superman, 1993-1997) y sobre todo a la popular Smallville (2001-) que ha convertido en figuras juveniles a Tom Welling (Supermán), Christin Kreuk (Lana Lang) y a Michael Rosenbaum (Lex Luthor), más interesados en resolver sus problemas sentimentales como trío romántico que en salvar o destruir al mundo. Quizá las nuevas generaciones se interesen más por su imposibilidad de socializar o de conseguir pareja y no sólo aventuras sexuales, que en soñar con las posibilidades sobrehumanas. O también haya sido por la maldición que parece perseguir a los actores que le han dado vida al superhéroe. George Reeves, músico y boxeador aficionado, acabó dándose un tiro en la cabeza pocos años después de concluida la serie. Y Christopher Reeve –no, no eran parientes– cayó de su caballo en una competencia hípica en 1994 por lo que quedó cuadraplégico, atado a una silla de ruedas, en la que permaneció una década hasta su reciente muerte, el 10 de octubre de 2004. Ahora el elegido es otro músico, afecto a la trompeta y al piano, el joven actor de series televisivas Brandon Routh, que con su metro y 91 centímetros y su parecido físico a Reeve, obtuvo el papel del superhéroe para la versión que Bryan Singer (director de las primeras dos entregas de X-Men) recién estrenó. Planteada como una continuación de los cuatro filmes anteriores, Supermán regresa (Superman Returns, 2006), aborda la desaparición misteriosa del superhéroe quien durante seis años se dedicó a buscar sobrevivientes del estallido de Krypton. Pero no fue volando, sino en la nave que lo llevó a la tierra de bebé. Al regresar, cinco años después, no sólo Luisa Lane (Kate Bosworth) tendrá pareja estable y un hijo –que aclarará el misterio por el que la mujer abandonada ganó el Pulitzer gracias al artículo “Por qué no necesitamos a Supermán”–, sino que su ciudad, Metrópolis se las ha arreglado para resolver los problemas por sí misma, y que su archirecontraenemigo Lex Luthor (Kevin Spacey) ha logrado salir de la cárcel porque el superhéroe nunca llegó a testificar en su contra y ahora ha planeado una forma bastante efectiva para derrotarlo efectuando una táctica hipocrática y homeopática: Simila Similibus, lo similar se cura con lo similar. Claro, la espectacularidad de los efectos generados por computadora –muy a la Matrix, especialmente en la escena de la ametralladora y algunas de vuelo estratosférico– y la pericia de Singer para narrar melodramas que involucren a superhéroes, no resultan suficientes como para devolverle el interés a un mito y menos para reinventarlo. Al observar la película uno acaba recordando los medianos momentos de las cintas anteriores comparativamente mejores que en esta reciente y tratando de atar las borrosas líneas argumentales que provocan más interrogantes en el espectador que un buen suspenso. Si acaso, cumple el objetivo de intentar revivir una franquicia cinematográfica que en los ochenta perdió progresivamente todo el dramatismo, pues el objetivo es claro: apelar a los fanáticos que exigían una nueva cinta de El hombre de acero para tener una buena taquilla y abrir alguna historia paralela que permitirá seriar la historia y producir más filmes con la franquicia de la S en el pecho. La franquicia –porque en eso se han convertido sus aventuras– apenas ha conseguido sobrevivir y mantenerse en el mundo de las historietas donde, recordemos, ya murió a manos de la criatura Venom –¿por qué no incluirlo y hacer de Luthor el villano permanente que casi logra asesinarlo?, tuvo hijos –en este punto radica el enigma de la película–, clones y hasta vive en universos paralelos intentando reconstruir la historia. ¿Supermán todavía es un héroe necesario para la sociedad hipertecnológica del siglo XXI o será uno más de los sueños abortados del siglo XX? Este mes y gracias a la taquilla, sabremos parte de la respuesta.

Balompié fuera de cancha

“El Flaco Cruyff dijo: Si tú cuando eres pequeño juegas muy bien al futbol, vas a ser jugador de primera división; si además de jugarlo bien, entiendes el juego, podrás llegar a ser internacional; si tú lo juegas muy mal, serás un jugador de segunda línea, y si no sabes jugar nada al futbol, seguramente serás periodista”. La frase es contundente en boca del argentino César Luis Menotti. Y consigue cierta revancha frente a los líderes mediáticos a cuya sola voz o pluma dictan la consagración u olvido de los jugadores talentosos. Pues a Maradona –hasta antes de adelgazarlo artificialmente– lo persiguieron y anatemizaron por sus adicciones y su rebeldía ante la FIFA, mientras que a Pelé, siempre sonriente y paciente con fotógrafos, camarógrafos y anunciantes, lo convirtieron en el crack absoluto, en tanto que otro brasileño igualmente talentoso, Garrincha, moría abandonado, alcoholizado en una alcantarilla. Las historias del balompié abarcan mucho más que el césped de las canchas. Como la indispensable e incómoda presencia de los medios, que en Francia provocaron la renuncia inmediata del entrenador Aimé Jacquet tras ganar la Copa del Mundo por las innumerables críticas personales recibidas en los años previos, especialmente de L’Equipe, diario fundado en 1903. Y son relatadas en el documental “Los medios de comunicación”, octavo volumen de la trecena de títulos que conforman La historia del futbol. El juego de la pasión (distribuido en México por Quality Films), escritos y producidos por Guy Oliver para la compañía inglesa Fremantle Media, que cuestiona los límites al poder que las cadenas de televisión y los medios ejercen sobre el futbol, al que volvieron el más popular del mundo. Desde las primeras escenas filmadas de un partido en Londres en 1897 por los hermanos Lumiére, hasta los contratos de Sky para la transmisión exclusiva del Mundial por cable; y de las palomas mensajeras empleadas por los periódicos escoceses hasta le prerrogativas de la televisión para establecer los horarios así sea al quemante mediodía como en México 86. El décimo volumen, “La cultura y el futbol” reflexiona en tanto sobre la localía de la aparentemente universal cultura del futbol, que en Ganha fue instrumento para proponer los Estados Unidos de África; en Estados Unidos ha conseguido volverlo el deporte más popular de la juventud; en Irán no pudo ser prohibido por el Islam cuando su selección derrotó a la estadounidense, y que en España ayudó a identificar al Real Madrid con el franquismo, y al Barcelona con las autonomías. (Sergio Raúl López)

21.7.06

Mirar puras patadas

Balompié en penumbras: Una mirada al futbol en el cine Por Sergio Raúl López Las terribles guerras de la antigüedad pueblan grandes volúmenes de la poesía épica, son motivo de grandes murales y esculturas, de coplas populares y libros de historia. Y aunque la paz aún no ha logrado imperar en la humanidad, al menos las batallas y los soldados ya no son más el motivo de los orgullos masificados de un territorio o una nación tanto para celebrar victoria como para condolerse en la derrota. Los choques entre naciones siguen ocurriendo en campos abiertos, pero las armas ya no son mortíferas, sino deportivas: una pelota y un marcador. Y las miles de ramificaciones de la disputa atlética encuentra en el futbol la masificación definitiva. Afortunadamente Argentina e Inglaterra dejaron atrás la sangre derramada en las islas Malvinas un par de décadas atrás para hallar su máxima rivalidad en el terreno de juego. Y lo mismo puede decirse de naciones como Francia y Alemania, España y Marruecos, India y Pakistán, y por supuesto, México y Estados Unidos –disputa en la que, como en 1847 o 1917, también aparecen ganadores los gringos. La sencillez de reglas y la complejidad de los resultados de un deporte como el futbol lo han convertido no sólo en el juego más popular del mundo, sino el sustituto civilizatorio para la necesidad de competencia entre los pueblos. Al igual que los Juegos Olímpicos, el futbol soccer se ha convertido en uno de los puntos climáticos de la competencia sana –bueno, en la medida en que lo permiten hinchadas y hooligans– entre las naciones ilustradas. De esta forma, las hazañas de un fuerte y habilidoso atleta como Edson Arantes do Nascimento “Pelé”, quien alzó tres veces la Copa del Mundo para la bandera de Brasil en los campeonatos de Chile en 1960, Suiza en 1964 y México en 1970, o las de Diego Armando Maradona, que condujo a la selección Argentina a su segundo título en México 1986, perviven en la memoria y son cantadas con la misma fascinación que Homero lo hizo con las acciones de Aquileo o de Paris en La Ilíada, con que la mitología griega nos recuerda a Hércules y sus doce hazañas, o la historia nos reconstruye la campaña bélica del gran Alejandro Magno, quien en su momento consiguió dominar el reino más amplio y poderoso en la historia de la cultura occidental. Pero la “mano de Dios” con que Maradona logró un gol tramposo que permitió a Argentina superar a Inglaterra, es un episodio quizás más conocido que la sagacidad de Ulises al planear en Caballo de Troya. Y el pentacampeonato mundial de Brasil o la novena copa del Real Madrid en la Copa de Campeones de Europa o “Champions” son hazañas tan majestuosas para el público masivo como la batalla de las Termópilas, en la que trescientos espartanos contuvieron a decenas de miles de persas o la campaña de conquista de Egipto por parte de Julio César. ¿Es esto reflejo de decadencia civilizatoria que nos permite intercambiar a los hombres míticos por atletas bien pagados o representa una evolución al preferir la competencia deportiva a la sangre negra de la guerra? La épica tiene una extraña fascinación sobre el ser humano. Afortunadamente en la actualidad tiene menos que ver con la guerra real y más con sus representaciones dramáticas, tanto en las pantallas como en empresas menos riesgosas como el deporte. Y si la cinematografía, desde su origen, ha adoptado a los antiguos héroes de la guerra y sus grandes batallas como tema recurrente, y las grandes figuras de la pantalla han encarnado a Aquileo, Hércules, David contra Goliat o las hazañas de Atila, Aníbal, CarloMagno, los césares hasta llegar a militares modernos como Napoleón o Rommel, ¿por qué no habrían de fascinarse por el futbol, que es la nueva gran épica del mundo contemporáneo? Más aún cuando a la fascinación que el deporte del balompié despierta en el mundo entero hay que sumarle que resulta uno de los grandes negocios de la actualidad. Basta ver el abuso con el que la televisión y la publicidad tratan a jugadores, equipos y aficionados para darnos cuenta de que también resulta uno de los enajenantes más lucrativos de la era mediática actual. Y el cine, que además de arte es industria de entretenimiento masivo busca, por lo tanto, emplearlo para aumentar sus ganancias. Las fábulas triunfalistas son imposibles de soslayar en el caso de el cine sobre deportistas. Y aunque la industria de Hollywood ha preferido desde siempre utilizar los deportes de mayor popularidad en los Estados Unidos como el beisbol, el basquetbol o el futbol americano –Kicking and screaming (2005) del comediante Will Ferrel es uno de los escasos ejemplos de comedias triunfalistas sobre futbol Made in USA, y conste que es reciente y con un equipo infantil–, las cinematografías de otros países han empleado al futbol como la vía idónea para estas fábulas. Mejor ejemplo no encontraremos para ejemplificarlo que la trilogía inglesa de películas ¡Gol! (Goal!, 2005-2007), cuya segunda entrega se estrenó en los días previos a la inauguración de la Copa del Mundo de Futbol en Alemania. Producida por Buenavista –el edulcorado estudio de cine de la Disney– y apoyada por la FIFA y Adidas, la cinta nos muestra la perpetua historia de la cenicienta con balón: un mexicano que se va de mojado a Los Ángeles donde es la estrella de su equipo y cuya ilusión es enrolarse en el futbol europeo, que tras superar todo tipo de adversidades –incluida la tendencia al fracaso del padre– acabará jugando para el Newcastle de la liga Premier de Inglaterra para luego ser transferido al Real Madrid, donde convivirá con sus ídolos: David Beckham, Zinedine Zidane y Raúl. La cinta no ha tenido un éxito desmedido de público en taquilla sino como una cinta mediana de entretenimiento común, ni siquiera en el país pese a ser protagonizada por un mexicano, la estrella telenovelera Kuno Becker en el papel de Santiago Munez, mismo que fuera rechazado por Gael García y Diego Luna. El problema es que ya hemos visto muchas de estas historias locales de triunfo, y en producciones de menores recursos pero con más ideas, como es el caso de una cinta que apunta con volverse un clásico, El milagro de Berna (Das Wunder von Bern, 2003), melodrama consistente que, aprovechando la anécdota del triunfo casi milagroso de la mediana selección de la Alemania democrática de posguerra, con un pase y dos goles inauditos de Helmut Rahn “Der Boss”, sobre la casi invencible Hungría de Puskas, Kocsis y Czibor, –reconstruyendo, por cierto, el partido de esa final–, retrata la reconstrucción de la sociedad germana, desde los lazos familiares hasta el volver a saborear el sabor del triunfo tras la derrota absoluta del nazismo. Los ejemplos de las cintas triunfalistas se multiplican como con la inglesa Jugando con el destino (Bend It Like Beckham, 2004) de la keniana Guridner Chadha que muestra la crisis generacional entre una talentosa futbolista hindú, Jess (Parminder Nagra) y su familia conservadora, empeñada por conseguirle un buen partido para casarla pronto y hacerla olvidar el futbol, al tiempo que Jules (Keira Knightley), su mejor amiga, le muestra que hay una liga profesional en Estados Unidos en la que podría enrolarse, en un drama juvenil que logró un gran número de espectadores internacionales. Lo mismo ocurrió con La Copa (Phörpa, 1999) de Khyentse Norbu, producción australiana filmada en Nepal que narra las simpáticas aventuras de Orygen, un inquieto niño recién internado en un lamaserio tibetano cuya pasión por Ronaldo y el Mundial de Francia 1998 le llevan a comprometer su estancia entre los monjes cuando busca mirar los juegos por televisión en la aldea vecina y finalmente llevar un televisor al monasterio para hacerles experimentar la final que ganaron los anfitriones sobre Brasil, en un muy interesante retrato sobre la situación en la que sobreviven de los budistas del Tibet exiliados en la India. Y claro, también hay películas periféricas en torno a este deporte y que han logrado atraer a las audiencias de todo el mundo como el caso del retrato de los jóvenes delincuentes que toman al futbol como pretexto para el vandalismo, tal y como se presenta en la cinta inglesa Hooligans (2005) de Lexi Alexander o las acrobacias de las cintas del género Wu-Xia o de artes marciales en la divertida Shaolín Soccer (Siu lam jau kau, 2001) de Stephen Chow, que en su momento fue la cinta china más taquillera de la historia y en la que unos divertidos guerreros de kung-fu emplean sus habilidades en una cancha de futbol. Otra fábula de triunfo, aunque con un evidente patrocinio de la refresquera Coca-Cola, es la que nos presenta Atlético San Pancho (2001) de Gustavo Loza que repite la fórmula en un modesto poblado cuyo equipo infantil arriba a una final al Estadio Azteca, si bien tanto su entrenador (Héctor Suárez) como los mismos niños futbolistas recuerdan sospechosamente las fórmulas empleadas hasta la saciedad por las telenovelas mexicanas, añadiendo unos casi obligatorios cronistas televisivos, en este caso Enrique “el Perro” Bermúdez y Javier Alarcón. Aquí vale la pena recordar una cinta anecdótica de valores cinematográficos casi mínimos, y de nuevo basada en los valores televisivos. Producida por la división de cine de Televisa, El Chanfle (1979) escrita y protagonizada por Roberto Gómez Bolaños, el famoso “Chespirito” y dirigida por Enrique Segoviano, simplemente trasladó al celuloide el equipo de trabajo y el elenco que realizaba la exitosa serie de televisión El Chavo del Ocho para realizar una comedia de enredos que involucra al equipo América, al Estadio Azteca y a las propias transmisiones de la televisora con el comentarista Ángel Fernández incluído, para acabar convertido en un lacrimoso melodrama sobre el aguador del equipo y su lucha por alcanzar estabilidad familiar en la pobreza, salpicado de chistes simplones y ocurrencias de pastelazo que logró una segunda parte aún más infame, El Chanfle II (1982), ahora sí dirigida y escrita por “Chespirito”. Una de las cintas emblemáticas sobre futbol, es sin duda Escape a la Victoria (Victory, 1981), dirigida por uno de los grandes maestros del cine, John Huston, mezcla un reparto con importantes actores como Michael Caine, Max Von Sydow y un encumbrado Sylvester Stallone –que ya había filmado Rocky– junto con verdaderas leyendas del balompié como los campeones del mundo Pelé, el inglés Bobby Moore y el argentino Osvaldo Ardiles, entre otros, para darnos una emocionante cinta ubicada en París, durante la ocupación nazi, en la que un puñado de prisioneros de guerra aliados desafían al Tercer Reich en un partido de futbol que une una épica victoria no sólo contra el equipo de oficiales alemanes, sino contra el abuso de las reglas y del poder, junto con una jubilosa fuga gracias al inesperado triunfo. Y aunque en la actualidad el fenómeno mediático del deporte de las patadas hace ver jugosas ganancias a los productores, ávidos de temas de éxito, el tema del futbol es añejo en el cine. En México, la popularidad del jugador Horacio Casarín (1918-2005) le permitió no sólo ser la primer gran figura nacional de ese deporte, sino llegar al foro de filmación para aparecer en dos cintas protagonizadas y dirigidas por Joaquín Pardavé, las comedias familiares moralmente edificantes Los hijos de Don Venancio (1944) y Los nietos de don Venancio (1946). Aunque propiamente las películas más emblemáticas sobre futbol recayeron en manos del cómico Antonio Espino “Clavillazo” y en la dirección de Manuel Muñoz, en 1964. La primera de ellas Las Chivas Rayadas en la que comparten créditos con Sara García, Dacia González, Eric del Castillo y sí, también el locutor Ángel Fernández, busca sacar provecho del ascenso en popularidad del equipo de Guadalajara, el que cuenta con más seguidores en el país. Tras el éxito de la película vino Los fenómenos del futbol (1964) con el mismo reparto al que se añade Kitty de Hoyos y una larga lista de futbolistas profesionales de la época, entre ellos Antonio “la Tota” Carbajal, Isidoro Díaz, Jaime “el Tubo” Gómez, Héctor “el Campeón” Hernández, Juan Jasso, Chava Reyes y Guillermo “El Tigre” Sepúlveda, buena parte del campeonísimo Guadalajara. Un ciclo que concluyo tardíamente en 1979 con la desafortunada cinta El futbolista fenómeno de Fernando Cortés con Adalberto Martínez “Resortes”, en un tardío intento por recuperar la popularidad que en los cincuenta tuvieron sus parodias El beisbolista fenómeno (1952) y El luchador fenómeno (1952). El terreno del documental, por otra parte, está plagado de metraje sobre partidos de la más diversa índole en los que destacan los realizados justamente en las competencias mundialistas. Pero Futbol como nunca (Fussball wie noch nie, 1971) destaca por el experimento realizado por Hellmuth Costard: hacer que diversas cámaras siguieran únicamente al jugador número 11 del Manchester United, el legendario irlandés del norte George Best, virtuoso del balón quien fuera tan popular como The Beatles, que nunca jugó un mundial y que acabara derrotado por el alcoholismo y los excesos de su genio. Del par de mundiales que México ha organizado, el trabajo le correspondió primero al documentalista oficial de los regímenes priístas, Demetrio Bilbatúa, quien junto con otro buen cineasta al servicio del Estado, Alberto Isaac, logra en Futbol México 70 (1970) un magnífico documento, resaltando importantes momentos de la copa, pero también el espíritu de fiesta que imperó en el graderío y entre el pueblo mexicano con Pelé alzando el trofeo Jules Rimet, todo enmarcado en un ámbito de pasión futbolera internacionalista. Y cuatro copas después, hubo uno a cargo de Guillermo González, México 1986, y otro bajo las órdenes del inglés Tony Maylam, Hero (1987), aunque el más destacado trabajo oficial son sin duda las fotografías que Annie Leibowitz tomó para los carteles de esa copa. Pero entre los documentales no oficiales es donde se encuentran las historias más interesantes e íntimas, como lo demuestra la selección de Juan Villoro proyectada hace un par de meses en el Festival de Guadalajara y que incluyó títulos como La perra del diablo (2005) del mexicano Gerardo Lara, que presenta la pasión desde las tribunas; Barça confidential (2005) de Daniel Hernández y Justin Webster que expone el espíritu ético que impulsa al equipo campeón de España y de Europa, o la biografías Pelé eterno (2004) de Anibal Massaini Neto y Amando a Maradona (2005) de Javier Martín Vázquez. Respecto al porvenir, no podemos esperar sino un incomparable retrato de la pasión, de la inteligencia, la anarquía y la rebeldía respecto del documental que el serbo-croata Emir Kusturica, doble ganador de la Palma de Oro en Cannes, prepara sobre Diego Armando Maradona. Finalmente, ¿qué es lo que produce o impulsa en nosotros la pasión por el deporte? ¿La primitiva y libre disputa por el balón o el compartir con una gran masa la alegría del triunfo o la decepción de la derrota? Quizá sean ambas, aunque lo cierto, es que para la indigestión de imágenes que nos ofrecerá la televisión durante la disputa de la Copa Mundial de Alemania 2006, el cine será una inmejorable opción para alejarnos de la alienación, así sea con futbol. Porque la mirada cinematográfica siempre contendrá en sí misma un elemento contemplativo, una observación más profunda y reposada con mayor coherencia y sentido que las inmediateces televisivas, más preocupadas por atraer con gritos y repeticiones desde miles de ángulos –de cámaras, computadoras y comentaristas– al gran público para satisfacer las necesidades de sus anunciantes. La verdadera guerra del siglo XXI no es la competencia entre naciones del Mundial, sino la disputa entre televisores por los ojos aborregados de los posibles clientes. Y el futbol, en su esencia de justa deportiva, de la elevación de la fuerza física, la inteligencia y el valor, simplemente quedarán de lado, abrumados por los millones de dólares que gana la FIFA cada cuatro años.

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El vacío del balón en las salas cinematográficas

Un relato sobre la difícil relación entre los filmes mexicanos y el futbol Por Sergio Raúl López Encalladas en el futbol, las pantallas televisivas hartan con sus innumerables gritos de gol, playeras verdes y falsos aficionados aclamando victorias que no llegarán. El cine, sin embargo, ha sido un terreno en el que se falsean los pasos firmes del balompié en el terreno audiovisual. Las palomitas no son buena compañía del balón. Las primeras imágenes registradas de los conocidos veintidós hombres de pantalón corto correteando una esfera con gajos de cuero provienen de una cámara cinematográfica, al igual que las escenas de las primeras copas mundiales de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA). Y aunque las salas exhibieran breves documentales sobre las grandes gestas balompédicas, estas imágenes nunca representaron un negocio tan jugoso como lo ha permitido la televisión. La primera copa del mundo transmitida en vivo vía satélite fue precisamente la organizada por Televisa: México 70 –en Suiza 58 se realizó la primera transmisión televisada aunque los partidos se transmitían días después–, empresa que construyó su propio estadio colosal, el Azteca, para albergarla, en cuyos planos arquitectónicos se dio especial y mayúsculo interés por la colocación de las cámaras. No sólo era un recinto para atestiguar los matches deportivos, era también un foro televisivo. Mucho influyeron las transmisiones internacionales de las copas mundiales para hacer de este deporte el más popular de todos –excepción, claro está, de los estadounidenses, acostumbrados a organizar sus propios torneos nacionales de beisbol, basquetbol y futbol americano, bautizados pomposamente como “mundiales”– y para volverlo un botín incomparable para los amos y señores de la pantalla, los anunciantes. En tiempos en los que el valor mayor de una persona es su capacidad de consumo, como los que vivimos y sufrimos, el deporte de las patadas –al balón y a los rivales– se ha convertido en una obsesión televisiva. Hace más de un año Televisa y TV Azteca ya anunciaban haber llegado a Alemania, como si eso permitiera transmitir mejor la Copa Mundial. Y desde entonces los pobres teleespectadores no han podido librarse de los gritos desaforados exigiendo ponerse la verde, vibrar con México, destapar cervezas con la selección, usar desodorantes para mirar sudar a las estrellas del deporte, suscribirse a los servicios de cable a los que no les faltará un sólo encuentro, tomar el suero saborizado que es el arma secreta de los seleccionados, comer cereales y cantar “da da dá” con Rafa Márquez, y hasta votar por Felipe Calderón junto a un Kikín Fonseca que ni siquiera podrá sufragar por estar en las tierras teutonas. Pero frente al pantagruélico festín de las televisoras, el futbol ha sido un magro recurso para el cine mexicano, tan urgido de éxitos económicos –en tiempos en los que la taquilla decide si una cinta es buena o no– y se ha mantenido muy distante del futbol sin atreverse a explotarlo o a retratarlo, cuando hasta los melodramas telenoveleros y las caricaturas japonesas echan mano de él con singular frecuencia. Comparado con la suculenta cinematografía creada en torno a la lucha libre, a los dramas boxísticos sobre el ring y hasta la tauromaquia, los escasos acercamientos de las cámaras de cine a las canchas de futbol no han logrado interesar mayormente al público. Los pocos títulos destacan como los paradójicos negritos en el arroz de un país tan consumista de ese mercado de piernas: Las Chivas Rayadas y Los fenómenos del futbol ambas de Manuel Muñoz y de 1964 con Manuel Espino “Clavillazo”, Sara García y astros futboleros. En 1979 aparecen dos comedias malísimas: El futbolista fenómeno de Fernando Cortés con Adalberto Martínez “Resortes”, tardío intento por aprovechar la popularidad de sus parodias cncuenteras El beisbolista fenómeno y El luchador fenómeno (1952), y El Chanfle (1979) producida por Televisa, escrita y protagonizada por su cómico de cabecera, Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”, y dirigida por Enrique Segoviano, cuyo éxito deparó una segunda parte aún más infame, El Chanfle II (1982), con el mismo equipo televisivo de El Chavo del Ocho. Hubieron de transcurrir dos décadas para que apareciera el último largometraje de ficción sobre futbol producido en México, Atlético San Pancho (2001) --aunque hay cortometrajes como Espíritu deportivo (2004) de Javier Bourges, Hugoool (2004) de Emilio Portes o la animación Futbol primitivo (2000) del taller para niños La Matatena--. Su director, Gustavo Loza (México, 1970) juega futbol desde los seis años y llegó a estar en las reservas del Cruz Azul –equipo del, por cierto, es seguidor–, sin embargo, nunca pensó llevar su interés por el deporte a su opera prima, pues cree que el futbol no es un tema que funcione en el cine mexicano, por la explotación excesiva del mismo que hace la televisión. --En estas campañas mediáticas, todo este bombardeo de imágenes de futbol a todas horas me parecen un exceso y siento que la gente está cansada de ver tanto, como para que todavía llegues al cine y pagues por ver una película de futbol. Y para ejemplificarlo, el director cita el caso brasileño. En una reciente visita al Festival de Cine de Sao Paulo –donde presentó Al otro lado, su segundo largometraje– le comentaron que las películas de futbol que se han hecho en Brasil no han sido exitosas y la gente no ha respondido –incluyendo el fracaso comercial del documental Pelé eterno (2004)–. “¿Cómo puede ser?”, pregunta el cineasta. Y su respuesta es un sencillo no: “Porque la gente quiere ir a ver jugar futbol en los estadios o en la televisión, pero no pagar por verlo en el cine”. Además, Loza sostiene la teoría de que en México no toda la población es fanática de ese deporte: “No somos tan apasionados del futbol como nos quieren hacer creer los medios. Que es el deporte nacional por excelencia es mentira, eso nos quieren hacer creer Televisa, TV Azteca y demás, pero la realidad es que no. En muchas zonas del país no se juega ni interesa, en el litoral del Pacífico y el Sureste lo que rifa es el beisbol, y en el norte el basquetbol. Apasionados en verdad Argentina, Brasil e Italia, son los más fanáticos del mundo, ni siquiera España. En México nada que ver, somos muy villamelones”. Atlético San Pancho, su primer largometraje de ficción –Al otro lado (2004) es el segundo--, fue producido por Altavista Films con grandes esperanzas de que se convirtiera en un fenómeno de taquilla con el que la compañía se recuperaría de todas las pérdidas que había tenido. Pero en las salas la gente no respondió como se pensaba, resume el director, si bien logró recuperarse económicamente mediante la venta y renta de videos. Al abandonar el futbol profesional para dedicarse al cine, Loza piensa que tomó una mejor apuesta, pues los deportistas tienen fecha de caducidad. “Y hoy día estaría retirado, muy probablemente frustrado de no haber llegado a un campeonato del mundo o a primera división, en cambio en el cine cuentas con toda la vida para conseguir tus objetivos y mientras más añejo eres, en teoría, mejores serán los resultados que entregues”. Aunque ya tiene boletos para ir al mundial a los partidos de México, jugó en la selección mexicana de publicistas que compitieron en el torneo del Festival de Cannes y ha hecho comerciales futboleros para Coca-Cola y Corona, resulta todavía más curioso descubrir que a Loza no le interesó filmar una película sobre futbol, y que la idea original le fue propuesta por el productor Fernando Sariñana, quien “viendo el negocio” le pidió “una cinta para niños, en el género de comedia, sobre un equipo infantil de futbol”, posteriormente se le añadió como extra el asunto de que tuviera valores morales, que más que los resultados importara el viaje del héroe, su transformación, con un pastor-entrenador que los va guiando, atravesando todas las adversidades: “Obviamente es una fórmula en ese sentido, pero lo importante es cómo la contabas”. Una vez que se la ofrecieron, le resultó difícil ignorar su pasión, y de algún modo gozó regresar a los estadios, hablar sobre el origen del futbol en México ocurrido en Pachuca, estar cerca de Alex Aguinaga y de Luis Pérez. –Para mí fue muy divertido, pero también me sentía un poco frustrado, aislado y desesperado: yo era el único, junto con la gente del staff, que tenía esa pasión por el futbol. Absolutamente a nadie más del crew le gustaba el futbol: Héctor Suárez lo odia y el niño protagonista no tenía la más remota idea, entonces filmaba el rostro del niño, pero las jugadas las hacía otro. No me entendían por qué había que repetir la escena cuando le pegaban mal al balón. El fotógrafo tampoco sabía nada de futbol. Fue difícil conformar ese equipo, empaparlos y contagiarlos de la alegría y el amor por el deporte. Por eso incité al crew para formar un equipo, jugar un partido por semana y lograr una gran unión de grupo. Loza confiesa que era inexperto y por ello acepta que tuvo que hacer muchas concesiones, quizá la mayor fue aceptar el ingreso de Coca-Cola como patrocinador principal, con lo que nunca estuvo de acuerdo. “Si yo hubiera tenido control total hubiera sido otra cosa, diferente, no sé si mejor o peor”. –En cuestión de desarrollo había pocas cintas a las cuales acudir. En México no existen, de niño vi El futbolista fenómeno y El Chanfle, pero ni siquiera las quise volver a ver porque no eran referencia para mí, ví una cinta checa muy interesante, estaba la de Pelé con Ardiles y Stallone (Escape a la Victoria, 1981) que me emocionó mucho de chavito, pero era anacrónica y con un ritmo lentísimo. Había poco tiempo, poca lana, actores niños y no profesionales que no sabían jugar y con los que tenía que armar coreografías. No tuve de dónde agarrarme y creé de la nada, de comerciales que había visto y algunas películas, ofreciendo mi propuesta. –Hubo una cinta hace años sobre los niños beisbolistas que fueron campeones del mundo. ¿Se podría pensar algo sobre la selección sub 17? –Yo pensaría más en un documental, de verdad. Insisto, no creo que la manera de acercar la gente al futbol sea a través de una película, tengo mis grandes dudas después de hacer la mía. Hoy me sugirieron hacer otro largometraje sobre futbol y no me interesó, aunque todavía lo juego y estoy en una etapa de mi vida en el que el futbol no me parece un tema urgente ni necesario. El proceso que tuvo la selección Sub-17 para llegar a ser campeones del mundo sí, porque no fue gratuito, además nadie sabe cómo es que llegaron pues la televisión no abordó ese tema. He tenido oportunidad de platicar con su entrenador, Jesús Ramírez, y de darme cuenta del cambio de mentalidad del grupo y tengo la absoluta certeza de que va a permear en toda una generación. En el Mundial de Argentina de 1978 se generó una gran expectación, similar a la de ahora, y fue el peor papel de una selección mexicana en la historia de las Copas del Mundo. Eso te pega como mexicano, yo era un niño y el año siguiente tuvimos una gira para jugar en Alemania y no quería subirme al avión porque me sentía un perdedor. Pensé que si la selección era buena y todos los equipos la golean –Alemania nos venció 6-0–, todos íbamos derrotados, con mucho miedo. De los tres torneos ganamos uno, otro terceros y otros cuartos. A lo que voy es a que creces perdedor y me parece que el triunfo de la Sub-17 va a permear, esos chavitos ya son otros, le perdieron el respeto a Brasil, a Holanda y se acostumbran a ganar. Me interesaría hacer un documental de ese proceso, del trabajo y mucha fortaleza mental, misma que tienen los gringos, los alemanes y que es difícil hallar en países del tercer mundo con el nuestro, que me parece que tuvo mucho que ver la Conquista. Nadie les hizo caso, a Chucho Ramírez ninguna marca comercial lo tiene, yo lo propuse para una marca de cerveza y al final no lo hicieron, pero son el ejemplo a seguir. –¿Cómo ves esta saturación del futbol en la televisión? –Muy peligrosa porque está creando expectativas falsas a la gente. Está idiotizando a la gente del futbol cuando ni siquiera somos tan futboleros. Fui a Alemania en noviembre pasado y mientras aquí se repetía insistentemente el tema, en el Festival de Manheim absolutamente nadie hablaba de futbol, porque faltaba mucho tiempo. Los mexicanos nos adelantamos a las fechas. El futbol distrae. ¿A quién le importa que Televisa haya llegado antes que nadie, dos años antes? Al final te echan al tercer o cuarto partido, ¿por qué no nos la llevamos más tranquila? No pasa nada, es un partido. Está bien, es cada cuatro años, es válido, pero no dos años antes, a quién le interesa. –¿Dónde crees que haya más nivel en México, en el cine o en el futbol? –Definitivamente y con mucho, en el cine. Casi todo futbolista que emigra, fracasa, en tanto que casi todos de los cineastas que emigran tienen éxito. De qué sirve que Hugo Sánchez o Rafa Márquez emigren, si los demás no los emulan ni aprovechan que están abriendo las puertas. Creo que los triunfos de del Toro, Cuarón o el Negro González están abriendo las puertas, a pesar de que la situación en México es pésima, no hay industria pujante sino esfuerzos individuales. La voz del diablo Fuera del ámbito de la exhibición comercial, el tema del futbol ha sido rescatado por diversos documentalistas mexicanos quienes reflexionan sobre el fenómeno masivo y la pasión de este deporte con ojos muy distintos. Los ojos masivos están acostumbrados a mirar el futbol a través del cristal televisivo. A mirar reportajes “de color” llenos de alaridos, de ruido, que intervienen en la intimidad de público y jugadores. A cambio, el cineasta toluqueño Gerardo Lara, prefirió esbozar una visión desde el interior de los aficionados con el documental La perra del Diablo (2005) en el que, paradójicamente, no aparece una sola escena de futbol. La fría y conservadora ciudad de Toluca posee pocos puntos de identidad con su cultura –a no ser el chorizo–, al grado que a sus habitantes se les identifica como “chilangos de segunda” y uno de los escasos elementos que dan raíz y testimonio es el Club Deportivo Toluca, especialmente la porra Perra Brava, explica Lara, quien dirige la cooperativa Lagartija Negra. –Surgió un boom en el país de barras bravas que copian a las argentinas y sudamericanas en general, pero vimos que la Perra Brava tenía algo distinto y se empezó a hacer famosa por algunas de sus manifestaciones en los estadios como quitarse la camiseta, inventar cánticos propios y originales, y sobre todo porque el jefe de la barra tiene su historia en la tribuna: perdió una mano de un cohetazo hace años en un partido contra el América, lo cual le da una dimensión dramática a los hechos. Es gente con mucha pasión, solvencia en sus principios y ética, que tiene la camiseta puesta y sólo se la quitan cuando cae un gol. Autor de cintas emblemáticas como Diamante, El Sheik del Calvario y Un año perdido, Lara recuerda que su equipo realizó una investigación profunda que buscó, desde el inicio del proyecto, alejarse por completo de los “reportajes de color” del tipo David Faitelson que son coloridos, folklóricos y sólo para la nota curiosa: “Nosotros quisimos saber qué eran de raíz, por eso le damos la palabra a la gente y el documental ocurre todo en la tribuna, no aparece un sólo segundo el futbol, aparece la gente y eso le da una diferencia”. –Creemos que logramos tocar algunas partes de las raíces y la profundidad del fanatismo al interior del futbol por un lado, de la identidad que sienten ellos con su tierra toluqueña y de la pasión, en general, que sienten por el futbol. Cómo desahogan en él muchas de las frustraciones o problemas que da la vida cotidiana y han logrado hacer un ambiente muy familiar, tienen mucho cuidado de no saltarse de la raya después de unas experiencias violentas que tuvieron en sus inicios”. Para La perra del diablo (2005) se grabaron 23 horas de imágenes y su duración es de 22 minutos, con cámaras digitales de diferentes formatos –desde caseras hasta profesionales– y fue editado en computadora. El trabajo fue seleccionado en el Festival de Morelia para competir en la categoría de Mejor Documental Mexicano y luego formó parte del Festival de Guadalajara, en la sección paralela “Dentro del Área”, seleccionada por Juan Villoro, siendo el único trabajo mexicano en ese ciclo dedicado al futbol. –El cine mexicano no ha tocado mucho el tema del futbol, ¿será que se lo ha raptado la televisión? –La diferencia es, fundamentalmente, que nosotros no damos nuestro punto de vista, sino que le dejamos la palabra a los protagonistas de los hechos, que son los miembros de la Perra Brava. Tampoco existe la voz de un narrador, que es muy usada en los reportajes televisivos. Es la voz de ellos y toda la música del documental son los cantos –no le metimos ningún otro tipo de música–, es decir que no hay un factor externo, sino que nos fuimos de adentro hacia afuera y no los buscamos de afuera hacia adentro, sin emitir juicios, dándoles la pantalla para que se expresen. Esa fue nuestra táctica y nuestra propuesta concreta. –¿Qué es lo que no te interesa del futbol en la televisión? Y no sólo de Faitelson sino de los comerciales y las interminables horas de transmisión. –En la televisión son mercenarios del futbol –como de todo en la vida– y lo único que les interesa es el dinero. Ellos quieren que vibre México, que nos pongamos la verde, para sacar dinero, ese es su único interés, para ellos si México es campeón mundial es un negociazo completo. Las compañías aéreas, las pastas dentales, los jugos, los automóviles, todos nos están anunciando que México va a ser campeón del mundo, además de ridículo es verdaderamente un engaño a la población y hacia la gente, es crear expectativas falsas con el sólo fin de que consuman. Esa es la televisión y su único concepto de arte es igual al de la telenovela, es darle al público atole con el dedo muy barato en el que no hay ni siquiera un real análisis futbolístico, pues dicen una cosa un día y al siguiente otra, se acomodan siempre. Eso es buscar una sociedad fascistoide porque todos nos tenemos que poner la verde, estar uniformados, pensar igual y que gritar por México como si esto tuviera que ver algo con la patria, con el progreso del país o como si todos fuéramos a estar mejor. Ahora no es pan y circo, ya nada más es circo. Además, concluye, es muestra de que las nuevas tecnologías democratizan la creación de cine: –La perspectiva hacia el futuro es que mucha gente que no tiene el apellido ni es miembro de grupos va a tener oportunidad de filmar desde la marginalidad. Es muy difícil que el Imcine te apruebe un proyecto para o que la gente suelte dinero, pero está surgiendo lo que llamamos el metacine mexicano, y que va a ir más allá del cine, y en ese sentido la tecnología digital es básica. Creo que lo que hace falta es educación histórica del cine mexicano a los jóvenes, porque se quiso terminar casi por decreto con el cine popular, los Metroplex son casi de élite y las cintas mexicanas son malas copias de las malas comedias gringas y estamos fundiéndonos más en el maletismo. Por acá viene otra perspectiva con la juventud, con la gente marginal que puede estar filmando, que no se ha educado nada más en el idioma inglés, que no ha crecido admirando a los gringos ni quiere ser Steven Spielberg. Nos debíamos acercar a los mejores momentos del cine mexicano donde se hablaba a la gente de lo que sentía y lo que vivía. Debemos hacer cine independiente, no importando lo que esté pasando allá arriba. Un balón en los cielos Demetrio Bilbatúa voló por los cielos del Estadio Azteca en un helicóptero de pistón y desde ahí tiró un balón por encima de una cámara en reversa. Después, ya a nivel del suelo, filmó el balón quieto. El resultado fue una de las escenas más memorables de la cinematografía mexicana sobre futbol: la esfera de gajos quieta, comienza a cobrar vida, a botar cada vez más alto hasta finalmente desaparecer en lo alto y caer en otro país. –Eso tuvo un premio mundial de cine. El efecto yo lo veo muy cinematográfico, aquella multitud que llenó el estadio gritando “Brasil, Brasil, Brasil” y de pronto un silencio total, el estadio vacío y el balón solitario. Entonces con gran énfasis, cada bote sonaba muy profundo, hasta que el balón se elevó y se fue al cielo y se fue a otra sede, que era la idea que yo quería dar. El documental que hizo, México 1970, le tiene muy satisfecho, pues para hacerlo dio la vuelta al mundo y filmó en Japón, en la Unión Soviética, en África, en Brasil, en España, en Italia, con la idea de manejar el tiempo real en el tiempo cinematográfico. Así, explica, mientras se celebraba el Mundial aparecía el testimonio de un hombre en España sobre el mismo, aunque lo hubiera filmado tres meses antes y la persona hubiera tenido que adelantar frases como: “El mundial está muy emocionante” o “España va muy bien”, y al integrarlo permitió experimentar la vivencia internacional de un mundial, algo a lo que la televisión de entonces no tenía acceso, dadas sus limitaciones técnicas. –Siento que el cine en el deporte cumple la función de la alta velocidad. La cámara lenta como le dice la gente pero que para mí es alta velocidad, porque el proyector corre a 24 cuadros por segundo y la cámara filma a 240 cuadros, diez veces más, permite observar detalles. –¿Qué tan cinematográfico es el futbol para usted? –Considero que la televisión tiene que cumplir la función de ser didáctica, de plantear un partido con las 20 cámaras que tengan pero siempre sin perder la jugada. El recurso tecnológico del cine permite que uno tome los primeros planos de los rostros, de la fatiga de los jugadores –que ya la televisión está aprendiendo a hacerlo–, lo primero que tenía eran primeros planos de Pelé y los grandes astros del futbol mundial, y sirvió para plasmar la fuerza y el vigor de un deporte. Considero que la televisión tiene que ser el sonido real del momento, en cambio en el cine tienes el recurso de trasladar ese sonido y crear un silencio total y lo agradece la gente porque te da toda la intensidad de la angustia de ese jugador. Cortometrajes cancheros El director del Festival de Berlín, Dieter Kosslick encuentra varias analogías entre el cine y el futbol: ambos duran 90 minutos, son labores de equipo, el final es impredecible, tienes que empezar fuerte, mantener el juego y ganar con contundencia, y todos quieren ser futbolistas o cineastas, pero sólo hay once buenos. Estas frases perduran en la memoria de los dos mexicanos seleccionados para acudir al cuarto Berlinale Talent Campus en febrero pasado, Alejandro Solar Luna y José Manuel Cravioto. Futboleros de corazón y seguidores de los Pumas, este par de estudiantes del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM compitieron con 16 aspirantes mexicanos y 611 de todo el mundo para asistir a este seminario sobre cine en febrero pasado con un premio extra: volver a Alemania para la Copa del Mundo. Los dos cortometrajes documentales, La regla 18 (2005) de Cravioto y Pelota cascabel (2005) de Solar Luna, forman parte de la selección final de 45 cortos del programa artístico y cultural del mundial alemán y han sido compilados en DVD bajo el título Shoot Goals! Shoot Movies! --podría traducirse como ¡Disparos a gol! ¡Disparos de cine!-- que el Instituto Goethe exhibe por todo el mundo. Cravioto ya tenía la intención de hacer el cortometraje como trabajo final de su semestre de documental, pero la parte más difícil fue encontrar el deportivo donde jugaban las integrantes de la liga de mujeres ciegas, cuyo balón tiene cascabeles dentro para que puedan ubicarlo. Tras enterarse del concurso, grabó con cámaras prestadas en tres fines de semana y editó con un programa no profesional en la computadora casera de un amigo. --Desde que nací, en mi casa hay una gran tradición de futbol --explica Cravioto--, todos lo han jugado, las mujeres y los niños incluidos. Cuando llegué al cine no vi un nexo tan claro sino hasta conocer esta liga de futbol de ciegos. Y ahora, después de haber sido seleccionados para Berlín, queremos hacer más cintas sobre el tema, por la emoción de estar cercanos y porque siento que el cine es muy futbolero, es un partido que tienes que ganar, así el tema no sea el futbol. Lo que más sorprendió a Cravioto fue que la mayoría de los cineastas no eran futboleros como ellos dos, sino que aprovecharon la oportunidad de entrar a la Berlinale por el Mundial. “Nosotros ya teníamos el tema y ya lo habíamos hecho, pero hay gente que no les gustaba el futbol y se le hacía de flojera, pero que tenían excelentes cortometrajes en la selección”. El vacío de largometrajes sobre futbol en México obedece a la simple falta de visión, opina Alejandro Solar: “Tú le pegas al tema del futbol y te puedes hacer rico. El Chanfle fue un madrazo y es una mierda, una historia mal hecha, de mala factura, efectista. Si sacas algo mejor , como nuestros trabajos, a la gente le interesa, les resulta relevante, se la pasan bien”. Un problema más es detectado por Cravioto, para las instituciones del Estado que aportan dinero filmar el futbol no es un tema cultural de relevancia. “Obviamente eso lleva a que no haya tanta producción al respecto”. Alejandro Solar lo sufrió en carne propia. Presentó para el concurso de cortometraje del Imcine un proyecto de documental sobre tres árbitros llaneros “y no pasó nada”. A pesar de que hizo una investigación profunda, con método, investigación, premisas, nunca pasó “ni al jurado”, porque una burócrata de la institución, Patricia Weingartshafer, subdirectora de Apoyo a la Producción, pensó que las cifras del presupuesto estaban maquilladas porque el trabajo sería en video y le recriminó que hubiera un guión y escaleta, cuando el documental “no lo emplea”(¡!). Incluso le perdieron los documentos del proyecto. Decidió hacer el trabajo por su cuenta y acudir a los llanos con cámaras prestadas en los fines de semana. “Trabajé diez horas diarias para sacar esos seis minutos”. En torno al arbitraje, relata, halló grandes historias. --Una chavita de 16 años que dejó la escuela para ser árbitro, un ancianito ya incontinente, que era el portero de La Puerta, el colegio de árbitros y que había sido árbitro en los sesenta, y un profesor íntegro, Salvador Pérez Rangel --éste sí aparece en el corto seleccionado-- que se expresa de una manera protocolaria y perfecta, y enseña la rectitud, la incorruptibilidad, viene de Michoacán y vive en una casa de techo de lámina en Neza, jodido, como la viva imagen de la justicia. –¿La cualidad cinematográfica del futbol?– pregunta Solar Luna sorprendido ante la pregunta, dando una sonora carcajada. Después aclara: “Más bien, si eres futbolero y estudias cine, obviamente la combinación está ahí. Pero un cineasta al que no le gusta el futbol no le interesará tocar el tema ni tangencialmente e incluso puede haber un desprecio. Ahora, son tantos temas que dan para hablar de lo que te da la gana, puedes crear alegorías, analogías, paradojas, ironías de temas profundos o serios, que no parece que tengan nada que ver. Finalmente el futbol es la actividad lúdica más importante del ser humano sobre la tierra. Finalmente, piensa Solar: “Todo lo que prendas y veas tiene el logo de la FIFA y del Mundial, es promoción del mundial, es futbol. Pero lo más interesante que he visto es lo de National Geographic. Hay desde lo más serio y complejo, hasta lo más pedestre y barato, vi un documental de Brasil en los indígenas del Amazonas, donde antes de la final de futbol local combinan un torneo de belleza. Desde eso hasta el reportaje más chafa en televisión nacional o Rafa Márquez con la cara pintada y gritando gol México”. Videoarte para golear Los albañiles que trabajaban en el espacio de la vigésima sexta Bienal de Sao Paulo no podían creerlo. Los televisores de la cafetería transmitían un encuentro entre las selecciones de México y Brasil, con narración de Raúl Orvañanos y el “Perro” Bermúdez, en el que los ratones verdes goleaban por 17 a cero a los pentacampeones cariocas. Ignoraban que eran los primeros espectadores de la pieza que el único representante mexicano en el 2004, Miguel Calderón, propuso. –Decidí montar en la cafetería y no en el museo, y todo mundo creía que era algo real, hasta por el gol octavo donde ya no lo podían creer. Fui a varios partidos en Brasil y me imaginaba a todos los fanáticos crucificándome ya que nunca he visto a gente tan apasionada y a la vez un futbol de tan alto nivel. Lo bueno es que se lo tomaron con gran sentido del humor y me invitaron varios programas de televisión lo que llenó los objetivos de mi proyecto: salir del limitado mundo del arte. Por ser accesible y popular, Miguel decidió emplear al futbol para su discurso: “un estudio para entender a las masas mexicanas y un experimento en cuanto a la manipulación de la realidad”. –Los encuentros reflejan mucho a sus respectivas sociedades, es casi como una sesión sicoanalítica masiva donde puede observarse la actitud general de una nación. Por eso decidí enfrentar a Brasil contra México y no con Alemania, porque son dos países que encuentro similares, pero lo que se refleja en el campo es bien distinto, y me interesaba saber por qué. Vemos con mucha claridad complejos y dinámicas de la identidad nacional, y una de ellas que siempre cuestiono es un cierto miedo o vacío que nos impide a veces, en el último instante, lograr el triunfo. –¿Cómo mira la forma visual en que la televisión explota al futbol respecto de lo que usted considera podría hacerse? –No me parece nada fuera de lo común, hoy en día todo es un producto y el mundial es el mejor medio para promocionarlo, entonces no me sorprende. Como diria Fadanelli: “Los futbolistas ganan tanto dinero que ya no se divierten. Ni siquiera los soldados se angustian tanto cuando se enfrentan al enemigo. Y es que la pierna de un soldado vale un millón de veces menos que la de un futbolista famoso.” La popularidad de esta pieza provocó que la Federación Mexicana de Futbol le comisionara a hacer el trofeo de la primera división y aunque el creador quedó muy satisfecho con el trabajo, los funcionarios se arrepintieron al considerarlo un artista “subversivo” y ni siquiera vieron su trabajo: “igual en algún momento utilizo esas esculturas que incorporan balones de futbol, aunque no me gusta repetirme y prefiero investigar otras cosas” Finalmente, piensa, el futbol puede resultar cansado, sobretodo con el bombardeo televisivo y el reto de su pieza fue lograr algo que sobrepase “lo que todos ya conocemos de manera realista” a pesar de toda la gente que lo creía imposible. “Se convirtió en una obsesión, nunca en mi vida he sido tan meticuloso y laborioso para lograr algo”.